No se me ocurre nada, nada de nada. Estoy perdido, más confundido que algunos de los pibes que habrán dejado su alma en el Gallardón pero que, a las claras, demostraron que como jugadores son excelentes personas. Estoy fastidioso, como Stalteri que -en el partido más importante del campeonato- decidió tomarse licencia (con goce de sueldo) o como el Flaco Virardi o Giannunzio, dos que entregaron su vida en cada pelota y que sentían vergüenza antes de subir al micro.
¿Qué dejó el clásico? Nada, nada de nada. No sólo nos arrebató la ilusión del Reducido o significó estirar a 8 (ocho) la ventaja del Milrayitas en el historial sino que nos alertó sobre lo que vendrá si no hay un fuerte golpe de timón.
Yegros o Abraham, por ejemplo, confirmaron que la camiseta de Temperley les queda linda pero sólo para ir a jugar un picado en la esquina de casa. Y, por lo visto en el Gallardón, está claro que a los dos les quemó la pelota cada vez que tuvieron que intervenir: el volante siempre errático en los pases, lento en las coberturas y nervioso toda la tarde, el defensa más destacado por su peinado punk que por sus (escasas) habilidades.
Barrella, si tenía alguna chance de seguir, la dilapidó en Lomas porque bancó por demás a sus pibes, hizo cambios inexplicables (sacó a Núñez para dejar al buenito de Abraham) y, evidentemente, desde lo anímico le transmitió poco o nada a un equipo que salió timorato, que fue tibio y que regaló los primeros 45 minutos que terminaron con el 1-0 gracias al penal que Vega le convirtió a Crivelli.
Está claro: los clásicos siempre hay que ganarlos. Pero si no se puede lo que no debe faltar es actitud. Y Temperley, que fue un equipo de la Primera D en el primer tiempo, puso garra y entrega en el complemento. Así, más impulsado por la vergüenza deportiva que por razones futbolísticas, empujó a un Los Andes dubitativo (por algo le empataron tantos partidos sobre la hora y está casi eliminado del Reducido) hacia su campo.
“Fuimos un equipo atado a la hora de tenerla y desordenado al momento de defender. Nos apuramos mucho, les regalamos la pelota y ellos encontraron espacios por donde quisieron. Recién en el segundo tiempo entendimos que había que jugar más, mejoramos y no lo pudimos empatar porque no aprovechamos nuestro momento”, comentó dolido Barrella. ¡Por favor que Los Andes no clasifique!, rezará más de un Gasolero. Pero nuestra grandeza es independiente de la fortuna del vecino. Si el equipo de Rizzi queda afuera su fracaso será aún mayor que el Temperley porque Rossi, Chizzini y compañía saben cuánto dinero salió del municipio para pagar sueldos top como el del goleador Daniel Vega.
Temperley, en cambio, apostó por un presupuesto Reducido en esta temporada. ¿El saldo? Ahora no tiene nada, nada de nada. Otra vez el equipo celeste se quedó sin ingresar siquiera a un hexagonal (un fracaso más y van...), redondeó una campaña en la que acostumbró a sus hinchas más a las decepciones que a las sonrisas y dejó en llamas a un público que exige orden, transparencia, seriedad en la conducción pero -sobre todo- un alegría deportiva.
El único orgullo que nos despertó la tarde fue ver como, otra vez, en el duelo de hinchadas el Cele ganó por goleada. Banderas, globos, color al por doquier y cánticos durante todo el partido (sí, no como algunos que esperaron al pitazo final de Zecchillo aún ganando 2-0) demostraron quién es el más grande del sur. Ahora sólo nos queda rezar para que nuestros dirigentes también busquen ese nivel...
¿Qué dejó el clásico? Nada, nada de nada. No sólo nos arrebató la ilusión del Reducido o significó estirar a 8 (ocho) la ventaja del Milrayitas en el historial sino que nos alertó sobre lo que vendrá si no hay un fuerte golpe de timón.
Yegros o Abraham, por ejemplo, confirmaron que la camiseta de Temperley les queda linda pero sólo para ir a jugar un picado en la esquina de casa. Y, por lo visto en el Gallardón, está claro que a los dos les quemó la pelota cada vez que tuvieron que intervenir: el volante siempre errático en los pases, lento en las coberturas y nervioso toda la tarde, el defensa más destacado por su peinado punk que por sus (escasas) habilidades.
Barrella, si tenía alguna chance de seguir, la dilapidó en Lomas porque bancó por demás a sus pibes, hizo cambios inexplicables (sacó a Núñez para dejar al buenito de Abraham) y, evidentemente, desde lo anímico le transmitió poco o nada a un equipo que salió timorato, que fue tibio y que regaló los primeros 45 minutos que terminaron con el 1-0 gracias al penal que Vega le convirtió a Crivelli.
Está claro: los clásicos siempre hay que ganarlos. Pero si no se puede lo que no debe faltar es actitud. Y Temperley, que fue un equipo de la Primera D en el primer tiempo, puso garra y entrega en el complemento. Así, más impulsado por la vergüenza deportiva que por razones futbolísticas, empujó a un Los Andes dubitativo (por algo le empataron tantos partidos sobre la hora y está casi eliminado del Reducido) hacia su campo.
“Fuimos un equipo atado a la hora de tenerla y desordenado al momento de defender. Nos apuramos mucho, les regalamos la pelota y ellos encontraron espacios por donde quisieron. Recién en el segundo tiempo entendimos que había que jugar más, mejoramos y no lo pudimos empatar porque no aprovechamos nuestro momento”, comentó dolido Barrella. ¡Por favor que Los Andes no clasifique!, rezará más de un Gasolero. Pero nuestra grandeza es independiente de la fortuna del vecino. Si el equipo de Rizzi queda afuera su fracaso será aún mayor que el Temperley porque Rossi, Chizzini y compañía saben cuánto dinero salió del municipio para pagar sueldos top como el del goleador Daniel Vega.
Temperley, en cambio, apostó por un presupuesto Reducido en esta temporada. ¿El saldo? Ahora no tiene nada, nada de nada. Otra vez el equipo celeste se quedó sin ingresar siquiera a un hexagonal (un fracaso más y van...), redondeó una campaña en la que acostumbró a sus hinchas más a las decepciones que a las sonrisas y dejó en llamas a un público que exige orden, transparencia, seriedad en la conducción pero -sobre todo- un alegría deportiva.
El único orgullo que nos despertó la tarde fue ver como, otra vez, en el duelo de hinchadas el Cele ganó por goleada. Banderas, globos, color al por doquier y cánticos durante todo el partido (sí, no como algunos que esperaron al pitazo final de Zecchillo aún ganando 2-0) demostraron quién es el más grande del sur. Ahora sólo nos queda rezar para que nuestros dirigentes también busquen ese nivel...
No hay comentarios:
Publicar un comentario