viernes, 30 de junio de 2006

El Crayon - de Caño Celeste

Las mesitas eran redondas, como en todos los primeros inferiores de la década del ‘40, planas pero con algunas irregularidades en la divisoria de las tablas. Las sillitas dispuestas separadas unos centímetros entre si y apenas si daban espacio para permitir con comodidad desarrollar nuestra vocación de pintores y escritores precoces. Nos sentaban de a cinco por mesa , el guardapolvos era de un color verde clarito, usábamos un moño azul y la maestra vestía mas o menos al mismo tono. La recuerdo con la sonrisa eterna, el pelo lacio que le caía sobre los hombros, y un gesto de condescendencia ante cada una de nuestras travesuras.

Yo no era un chico, de los que se dicen, traviesos por naturaleza, en general no me metía con nadie si no se metían conmigo, pero tampoco era de los que tenían demasiadas pulgas encima. Los amigos precoces eran aquellos con los que en el recreo, nos juntábamos en un costado del patio a cambiar las figuritas de chapa, a desafiarnos para ver quien se animaba a trepar a la rama mas alta del ombú o simplemente a jugar a la escondida o al poliladron. Con las chicas, apenas si cruzábamos miradas, salvo cada tanto para molestarnos mutuamente.

Como siempre sucede, había una en particular a la que tomábamos de punto. En este caso era Norita. La descripción de mi abuela sobre ella hubiera sido que era la mas “pizpireta”, en otras palabras, la que siempre tenía algo para decir sobre todo, Norita era pelirroja, su pelo era un poco mas grueso que el normal, ojos marrones, muchas pecas y una nariz respingada, sus dientes delanteros, todavía de leche eran grandes y separados. Sin mucha originalidad, para nosotros era la “Zanahoria”.

El recreo del medio del lunes siempre era el mas largo. Supongo ahora que era el que utilizaban las maestras para contarse todas sus actividades del fin de semana y se “iban de viaje” en las charlas prolongando nuestros juegos en el patio. Ese Lunes habíamos armado un Poliladron donde nuestra casa, la de los ladrones obviamente, era la corteza externa del ombú. Este era el lugar ideal para emboscar a los policías y hacerles burla cuando no podían alcanzarnos. El juego estaba parejo y ya habían capturado a varios de los chicos mas veloces los cuales, en una regla absurda pero inexorable, se pasaban para el bando de los policías y comenzaban a sacarnos un poco de ventaja. Comenzaba la parte mas emocionante.

Armábamos una emboscada cuando veo a la “Zanahoria” con dos de sus secuaces, paradas apoyadas en el tronco del árbol, cambiando sus ridículas figuritas de hadas con brillantina. Comenzamos a discutir sobre derechos preexistentes, el juego se interrumpió y las maestras, al escuchar nuestros gritos, salieron de su letargo y terminaron el recreo. Mientras formábamos la “Zanahoria” me mostró todo el largo de su lengua, yo hervía de furia.

Cuando entramos, otra sorpresa desagradable, la vieja cara de vinagre nos esperaba con sus hojas y sus témperas. Yo la odiaba por dos motivos, como no podía recordar los nombres, nos hacía sentar siempre igual que el primer día y yo no podía estar en la misma mesa que mis amigos, encima debía sentarme junto a la Zanahoria y ese día con ella, el horno no estaba para bollos. Cada vez que teníamos “Dibujo” la directora tomaba el comando de la clase y nuestra adorada Maestra adoptaba un perfil mas bajo, casi el de una ayudante.

Con voz estridente nos fue dando las instrucciones. Quería que hiciéramos un dibujo libre en el cual hubiera un corazón. Con los papás, con las mamás o con alguien o algo que quisiéramos mucho, debíamos dibujar y luego pintarlo con témpera.

La Zanahoria era muy aplicada y también egocéntrica, enseguida comenzó a dibujar un gran corazón en medio de la hoja, con su propio nombre el cual, precozmente, ya había aprendido a escribir y lo ponía en todos sus dibujos. Lo mío fue mas simple, me acordé de la pelota de fútbol que me había regalado mi abuelo Adolfo , con gajos blancos y celestes y le inventé un hermoso corazón en el medio. El Corazón de la Zanahoria, por alguna razón le salió totalmente chueco y cuando comenzó a pintarlo, parecía mas un churrasco crudo que otra cosa. Mi pelota, pese a que mis dotes artísticas eran casi nulas había quedado bastante bien, era obvio quien iba a ser el felicitado en nuestra mesita.

Mojé el pincel en el frasco de yogurt donde todos lo limpiábamos, lo introduje en la témpera roja y terminé de recorrer el corazón con un reborde perfecto. Era mi mejor dibujo en mucho tiempo. Mi abuelo iba a estar orgulloso. Los ojos de la Zanahoria estaban enrojecidos, trataba de corregir su dibujo y cada vez lo empeoraba mas, su vecina, otra “pizpireta” fue gráfica “¡Que porquería!” le dijo. La Zanahoria le tiró témpera con su pincel, y la otra le hizo lo mismo, se armó una batahola en la cual, un codo de la Zanahoria impactó en el frasco de yorgurt volcando parte del contenido sobre mi hoja. Recuerdo que la tomé del pelo y comencé a sacudirle la cabeza, me tuvieron que separar entre las dos maestras. Cuando lo hicieron, volví a ver su lengua desafiante y sonriente, no pudieron detenerme esta vez antes que le introdujera el resto del contenido del frasco dentro de su boca. Sus llantos fueron aullidos, pero el castigo peor lo recibí yo. Mis padres debieron ir al colegio y en casa luego tuve también mi “recompensa”.

Ese fue el principio de la guerra. En primero superior la Zanahoria se sentaba en el banco delante del mío. Raro era el día en el cual no terminaba con diez o doce pedacitos de papel masticado en su cabeza. También era raro el día en el cual no recibía de parte de ella crueles burlas junto a sus amigas, avergonzándome por mis zapatos rotos o mis rodillas sucias.

En tercer grado, en otra clase de Dibujo, y con la vieja cara de vinagre todavía en funciones debíamos dibujar con crayones. Era día de “dibujo libre” y como siempre, mi “arte” era un jugador, con camiseta Celeste de Temperley convirtiendo un gol al ángulo. Saqué mi cajita de crayones y comencé con el negro y el marrón a delinear los contornos. Era un golazo, de media vuelta. El arquero no llegaba nunca. La Zanahoria miraba de reojo y pegó donde mas dolía, cuando me distraje, me sacó el crayón Celeste y me lo escondió. Lo busqué por todos lados y no pude hallarlo, hasta que me encontré con la mirada desafiante y burlona de Nora y de ese modo me di cuenta que nunca lo iba a encontrar. Faltaban pocos minutos para terminar y no podía utilizar otro color. Intenté con un azul aclarándolo en forma rala pero no era lo mismo. Era como un jugador de Boca sin la raya amarilla haciendo ese golazo soñado para mi Celeste. La odié como nunca.

Fue en sexto grado cuando a la Zanahoria le empezó a gustar mi amigo Damián quien a través de mis influencias, también la detestaba. Todo fue planificado, empezaron a mandarse “cartitas” de ida y vuelta donde ella, poco a poco, iba soltando su sentimiento. Las cartas de Damián las redactábamos entre todos y las respuestas eran cada vez mas apasionadas y, por supuesto, festejadas cuando las leíamos entre risotadas.

La humillación final fue de mi autoría, “Damián” la citó en la salita después de hora para “charlar un ratito”. Nora tragó la carnada con anzuelo y todo. Las luces ya estaban apagadas y cuando ella las encendió, sobre los bancos estaban sus cartas desparramadas hechas pedazos, en medio de la sala estábamos todos, incluido Damián riéndonos en su cara. Su rostro tomó el color de su pelo, nos miró a todos con un profundo odio y corrió para no volver mas. Se fue del colegio y no supimos de ella por un largo tiempo.

La epidemia de la Polio no pasó de largo por el colegio, Damián, Horacio otro amigo, y mi hermanito Esteban quedaron en el camino. Mi hermana Laura pasó unos meses muy duros internada y quedó con una piernita parcialmente paralizada. Fue una época terrible donde la gente lavaba las veredas tres veces por día y las familias donde habíamos tenido algún enfermo éramos tratados, poco menos que como parias.

Íbamos con mi madre al hospital a ver a Esteban hasta que falleció y después seguimos yendo por Laurita mientras estuvo en recuperación. No me gustaba ir, pero me obligaban. Los pasillos eran lúgubres, el olor a acaroina y alcohol alcanforado era insoportable y los llantos de los padres en los pasillos, desgarradores. En las habitaciones colectivas, los niños con afecciones no tan severas recibían visitas junto a sus camas. Tras cinco minutos de charla con mi hermana no tenía mas tema de que hablar con ella y se me hizo costumbre mientras mi madre se quedaba junto a su cama, ir a caminar por dentro del hospital para matar el tiempo. Mi lugar preferido era el jardín fuera de olores y dolores desagradables.

Recuerdo las puertas donde las ventanas eran pequeñas claraboyas y donde pocos podían ingresar, ahí había estado Esteban. Para ir al parque central del Hospital donde estaba el jardín debía pasar por delante de esas puertas. Siempre apuraba el paso porque recordaba la agonía de mi hermano y prefería en ese momento la negación al recuerdo

Fue un día, un par de semanas antes que le dieran el alta a Laurita, que pasaba por ese siniestro pasillo y una puerta de esas estaba abierta. Tres enormes pulmotores zumbaban simultáneamente y en uno de ellos, una cabellera roja caía a los costados. Mi curiosidad pudo mas que mi prevención. Me acerqué lentamente y la vi. Estaba unos años mayor, muchísimo mas delgada pero la conocí en forma inmediata, era Nora, la Zanahoria. Estaba despierta, y en apariencia solo podía mover parte del rostro y sus ojos, los cuales también me reconocieron de inmediato.

Me quedé junto a ella un rato largo, sin hablarle. No podía entender con mis quince años de edad todo el dolor que podía estar sintiendo en ese momento. Lo de Esteban había sido fulminante y lo de Laurita, mucho mas leve. Me quedé una hora junto a ella sin hablarle apabullado hasta que llegó una enfermera y dijo que había terminado el horario de visitas. Una lágrima rodó por uno de sus ojos y con la boca, con un lastimoso balbuceo, apenas si pudo decir algo parecido a “Gracias”.

A partir de ese día, cada vez que iba a ver a mi hermana, corría al cuarto de Nora y me quedaba junto a ella, su madre me vio y respetó el deseo de su hija pues cuando yo llegaba, ella se alejaba y permanecía, en una silla en la otra punta del cuarto. La tercera o cuarta vez, comencé a hablar. Recordando nuestras peleas, a las maestras, a todo lo que habíamos tenido en común. Ella solo sonreía con los ojos y un costado de su boca.

Tras el alta de Laurita seguí yendo, día por medio un par de meses mas, . Las últimas dos semanas mientras le hablaba le tomaba la mano y cuando me despedía le daba un beso en la frente.

Un día llegué y su pulmotor estaba vacío, me enteré de su fallecimiento de la peor manera posible, una enfermera con desidia y frialdad me lo dijo, casi sin anestesia. Lloré mucho esa noche, con vergüenza, mucho mas que lo que había llorado en su momento por Esteban. Seguí llorando por Nora, por Esteban, por Damián y por todos los que había conocido.

Dos días después tocaron el timbre en casa. Una mujer demacrada, con el pelo color zanahoria y vestida de negro, pedía hablar conmigo. Mi madre no entendía nada pues nunca le había contado a nadie de mis visitas al hospital. En pocas palabras le contó a mi familia lo que yo había hecho. Con lágrimas de orgullo y extrañeza, mamá me miraba como si no me conociera. Sabía perfectamente quien era Nora, pues varias veces había tenido que ir al colegio a disculparme por mis peleas con ella y a recibir todo tipo de recriminaciones.

La mamá de Nora me dijo que ella, poco antes de morir, le pidió que me dejara a mi una cajita metálica con algunas de sus cosas. Me la entregó y no pudo permanecer mucho tiempo mas antes de quebrarse y marcharse, yo la tomé y quedé como un tonto tomándola entre mis manos sin saber que hacer con ella. La puse en un estante de mi habitación y todas las noches la miraba antes de dormirme. Hoy puedo afirmar que no tenía el coraje de abrirla. En ese momento, no lo creí necesario, quería convencerme que el regalo era la caja, no su contenido.

Pasaron meses hasta que una noche, desvelado, tomé la decisión. Era de latón y tenía decenas de corazones pintados con el nombre Nora en su exterior. No me fue difícil abrirla. Estaba llena de papeles de cuaderno doblados en cuatro, comencé a leerlas y vi que eran las cartas de Damián. Las había guardado todas, había otras cosas: algunas figuritas de brillantina, unas hebillas de colores que se entremezclaban, y debajo de todo estaba el objeto que justificaba su necesidad que yo tuviera esto. Un crayón Celeste, intacto descansaba en el fondo de la lata. Nora estaba agradeciendo mis visitas con lo único que en ese momento podía. Lo tomé y me di cuenta que, a partir de ese momento, iba a ser mi objeto mas preciado, por encima de cualquier otra cosa material.

Por muchos años y hasta ahora mi trapo Celeste, al margen de decir Temperley en el centro en letras grandes y negras, tiene en uno de sus costados un corazón de color rojo con el nombre Nora dentro de El. Muchos pensaron que era una novia, otros el nombre de mi madre, nadie imaginó que era el nombre de la persona que, de muchas maneras, me había convertido en un hombre de bien.

Caño Celeste (Dedicado a todos los chiquitos del Polio de los ’50)

jueves, 29 de junio de 2006

Cayo la Primera

La Primera de básquet cayó 58 a 82 ante Bomberos Matanza en el marco de la décima fecha del campeonato de la Federación. El Celeste se mantiene a cuatro unidades del líder Pedro Echagüe “B”.
El próximo encuentro será ante Scholem Aleijem, de visitante, el 6 de julio.

sábado, 24 de junio de 2006

Sueños de Futbol de Martin Glade

Me gusta jugar al fútbol.
Me gusta mucho jugar al fútbol.
Pero como será de duro el asunto
que hasta en los sueños
soy maleta jugando.
Nunca soñé con una vuelta olímpica
ni me desperté en andas.
No, eso nunca.
Lo que sí,
por lo que me acuerdo después de tantos despertares,
soy algo así como el hincha de los sueños.
Ante los partidos embromados de Temperley,
ahí estaba yo
Con problemas para dormir
Y soñando con las tribunas,
expulsados, y goles agónicos.
O insultando jueces de línea,
tirando cintas y colgado del alambrado.
Pero nunca hice la jugada del siglo
ni cabecié al ángulo ni metí un penal clave.
(Final alegre) Pero sí, y esto bien despierto,
al menos pisé la cancha para dar vueltas olímpicas
de ensueño.
(Final triste) Si la única vez que pisé la cancha
fue para ver
Titanes en el ring. 29 de octubre de 1998 a las 10, en el baño, después de soñar.

jueves, 22 de junio de 2006

Basquet Masculino - Solo una victoria

Los Cadetes le ganaron a L.N. Alem 81 a 70 por la fecha 12 del campeonato “B” zona “B1” de la Federación, mientras que las demás categorías cayeron ante el mismo rival.

Resultados:

InfantilesL.N. Alem 98 – Temperley 64

CadetesL.N. Alem 70 – Temperley 81

JuvenilesL.N. Alem 89 – Temperley 52

Sub-22L.N. Alem 68 – Temperley 61

El próximo encuentro será ante Sociedad Hebraica el sábado 24 de junio en donde Temperley jugará de local.

miércoles, 21 de junio de 2006

Basquet Masculino - La Primera Sigue Firme

Luego de vencer a Huracán de San Justo, la Primera de básquet le ganó a Olimpo 84 a 81 en el marco de la décimo segunda fecha del campeonato. De este modo, Temperley mantiene el cuarto puesto de la tabla detrás de Pedro Echagüe “B”, Deportivo Morón y Olimpo. Por la próxima fecha, el Celeste se medirá ante Bomberos Matanza.

miércoles, 14 de junio de 2006

Pelotas - de Martín Glade

Nunca me había pasado. De eso estoy seguro, cómo olvidarlo. La mano vino así: Temperley-San Telmo, sábado 11 de junio de 1984 a eso de las cuatro de la tarde en la cancha de El Porvenir. Al lado, Vito. Un poco a la derecha, los "locos por el cele". Estaban todos, Pachu, el flaco Erba, el gordo abogado, el doctor pelado y su camperita, y alguno de los otros. Un rato antes, miles de papelitos de todos los tamaños y tipos (hasta páginas de La Semana de 1982) habían saludado la salida de los once de Temperley. Y esta vez todo había salido bien, y no como por la primera rueda, cuando por confundir las camisetas el millón de simpatizantes celestes había malgastado su esfuerzo en los desahuciados de Telmo. Esta vez todo iba bien.Y cuan bien marcharían las cosas que hasta ganábamos uno a cero, y cómodos. En el segundo tiempo, con el resultado asegurado, el partido controlado, y los ánimos esperanzados, uno de los nuestros, Alvarez, la miró fijo, la calculó bien, le apuntó firme, la interceptó decidido, y la golpeó con más ganas aún. Como era lógico luego de tanta dedicación, la pelota salió despedida para el lado en que se encontraban (nos encontrábamos) los locales otra vez. El iufff del impacto se escuchó de lejos. De casualidad el balón le apuntó al corazón de los "locos", daba vueltas sobre su eje, despacio, como en cámara lenta, como buscando quedar en el pecho de cualquiera de los hinchas a los que les gustaría sentirla como propia. Los gajos embarrados se mostraban a quien quisiera verlos. Yo era uno de esos.El -¡ guaaaardaaaaaa ! salió de varias gargantas, que con un poco de mala suerte la podían recibir como al maní lanzado al aire con el único fin de lucirse ante si mismo y los demás presentes (si son del sexo anti-fútbol mejor). Nunca voy a poder olvidar el trayecto, la prestancia, el tamaño, el color, la fuerza, la dirección, el ruido, el alma que traía esa pelota con destino de tribuna. Nunca. Era imposible que llegara a mis manos, pero algo (creo que su corazón) quiso que el milagro se produjera en el reino de los hombres. Varias manos se alzaron para evitar que el impacto les produzca alguna dolencia, que les ensucie el resto del cuerpo. Ella sabía que yo la embolsaría, la adoptaría, la besaría. De nada importaba que no fuera la misma que cabeceó Llanos para meter el gol (esa ya estaba en manos de otras manos). Era la pelota con la que se estaba jugando y era lo que valía.De pronto, las manos no la retuvieron ni la rechazaron, no la desearon ni la odiaron, sólo les ofrecieron la superficie justa como para que rebote hacia otras manos. Pero las mías estaban imantadas. Y pasó lo que tenía que pasar. Luego de otro ruido, de otra imagen imborrable, al fín, vino hacia mí. Con todas mis manos, con todas mis ganas, con toda mi historia, con todo mi futuro, la abracé, la cobijé, la adopté, la mimé. Fue uno, a lo sumo fueron dos, o tres, los segundos que estuvo conmigo, en mí. Pero fueron suficientes. El objetivo estaba cumplido, el partido podía terminar, el día podía acabar, el tiempo podía desaparecer. Todo estaba cumplido. Que justo cuando se la iba a ceder a uno de los jugadores para que la empiece a castigar nuevamente me la hayan quitado de atrás es un detalle. Que luego su destino haya sido una cuchillada para que se desinflara y pasara a una familia, tambien. Pero nada me quita (ni me quitará) su recuerdo, su textura, su ruido, su sangre barrosa en mis manos, su tamaño, sus cicatrices, el comentario de mi viejo (que imaginé), su espíritu. Un paso estaba cumplido. Cada vez falta un poco menos.

De Corazón Celeste - de Germán Kijel

Ayer lo vi al Juancito Méndez, caminando por Corrientes, estabavestido, terrible, parecía un croto; tenía un jean todo gastado, unoszapatos más viejos que mi abuela y una camisa rota y sucia. No lopodía creer, siempre fue mí ídolo, yo lo quería más que a mi viejo. Elcentro fobal de Temperley, que grande Juancito, ¿cómo jugaba? Era deesos que te tiran caños y te cargan, y después la clavan a un ángulodesde cuarenta metros.Pero ayer lo vi y se me cayeron las medias, todo sucio, esos andrajosy eso que ganó guita cuando se fue a España.Pero yo sé lo que le pasó, se gastó todo en minas, era un mujeriegoterrible, andaba todas las noches con una distinta, rubias, morochas,altas, flacas, le gustaban todas.Un día no sabés la que hizo, estábamos jugando contra Tigre en elAlfredo Beranger, ¡que cancha!, está un poco arruinada, pero es unabelleza; bueno, hizo una de esas que no te olvidás más.Jugábamos contra Tigre y ellos andaban bien, creo que iban segundos oprimeros y venían de golear a Chaca, le habían metido 4 o 5 goles. Laagarró picando desde el borde del área, a los cinco minutos del primertiempo, más o menos, le hizo un sombrero a uno y de zurda la clavó alprimer palo; un golazo de esos que veías uno por año, no te imaginás.Pero la cosa no terminó ahí. A los dos minutos de eso, no dejó ni quenos tomáramos una cerveza, teníamos la garganta todavía recalentadapor ese gol. Ellos sacaron y se fueron para arriba, los dos centralesestaban en la mitad de cancha y los wines parecían que iban a tirar uncorner. El arquerito Alonso, un pibe que había debutado ese mismo añodescolgó un centro y lo vio solo al Juancito que le levantó un dedopara pedírsela. Cuando la agarró solo tenía a cinco de Tigre delantede él; los miró y se dio cuenta de que podía contra todos. Al primerolo encaró, le tiró la pelota por un costado y la fue a buscar por elotro, cuando le salió el has central se paró en seco y le pasó elcuero por entre las piernas; le quedaban solo tres y cuando miró paraatrás los vio a los 6 o 7 que se le venían, entonces se apuró yrecorrió los 4 o 5 pasos que lo separaban del número dos; le amagó quele tiraba un caño, el pibe se lo creyó y él lo pasó con un trancoenvidiable hasta por Marianito Biondi. Ya estaba dentro del área y sele fueron al humo el central y el arquero; empaló la pelota por arribade la cabeza de los dos pibes, los dos intentaron darse vuelta paradefenderse pero no pudieron, el balón bajó lentamente hacia la red.Todos los compañeros del Juancito fueron a abrazarlo, pero él era unloco de aquellos y saltó el alambrado de las plateas y se fue a besarcon una piba que lo estaba mirando.Todos le gritábamos que volviera a la cancha, pero agarró a la piba dela mano y se la llevó a los vestuarios.Algunos cuentan que fue la única vez que anduvo con esa chica y quecuando nació el bebé que concibieron en esa tarde, la piba le puso denombre Celeste

Tenemos un arquero que es una maravilla - de Nicolás Speranza

Dicen que los equipos se arman de atrás para adelante. Primero te asegurás que no te conviertan y a partir de alli, empezás a pensar en el arco de enfrente. Será por eso que la figura del arquero adquiere mucha importancia, sobre todo cuando los diez restantes son “picapedreros” (Picapedrero: dícese del jugaror de fútbol, que no cuenta con los mínimos atributos de talento para manejar la pelota, siendo reemplazados por el despliegue físico y la pierna fuerte.)
Algo así era nuestro equipo SSL –Sangre, Sudor y Lágrimas- nacido gracias a la pasión y constancia de Oscar. El origen se remonta a la época del secundario, donde solo se piensa en el fútbol, la música, las mujeres y pasarla lo mejor que se pueda. Lástima, después inexplicablemente uno se complica…
El equipo se nutría permanentemente del semillero que producía el colegio, en los últimos años. Cuando se resentía alguna de sus líneas (siempre), se buscaba algún pibe de 17 o 18 años que la rompiera, y que, por sobre todo, “amara al fútbol como a si mismo” Muchos años después, Maradona, modificó este mandamiento por “la pelota no se mancha”, y las generaciones menos religiosas, lo entendieron mejor.

Quizás la incorporación más acertada fue la de Omar Giacomelli, un pibe de sexto año, del que todos hablaban por sus cualidades para el arco.
Era flaco y alto, narigón como el mismo Bilardo, y calladito. Vivía en Burzaco y su viejo tenía una carnicería muy prolija con carne de primera calidad (imposible no mencionar esto que parece irrelevante, cuando pienso en los asados del Ñato, nuestro Carlitos Bianchi). Como hijo menor, su Mamá lo cuidaba bastante, en exceso para los que teníamos que negociar que lo despertara a las 8 de un domingo.
El día que debutó pidió permiso para cambiarse en un rincón, y mirando al piso llegó al arco para el peloteo previo. Los más grandes, pateabamos displicentemente para no asustarlo, y algunos dudabamos que fuera la solución.
A medida que los rivales llegaban al arco (fácilmente), nos ibamos tranquilizando, el Pibe sabía del tema.
Ese primer partido, no sé como terminó, pero si recuerdo que a partir de allí empezamos a ganar más partidos de los que perdíamos, y que nuestra defensa, pasó a ser una de las más impenetrables.
El Flaco era titular indiscutido y pieza clave, de un equipo que basaba su funcionamiento, en dos puntos centrales: Primero: que él sacara todo lo que llegara al arco, Segundo: que el Mono (otro personaje irremplazable), solo arriba, les ganara a todos en velocidad, pateara al arco desde cualquier posición y la embocara. Con decir que solo pedía que los de abajo la revolearamos para arriba, no importaba el lugar, él se encargaría del resto.
Les aseguro que mucha gente se acercaba solo, para verlo atajar. Todavía nos estamos preguntando como hacía para volar de palo a palo, después de haber tapado un mano a mano. Para los penales tambien era bueno, en el fondo creo que el Goyco nos salvó en el 90, gracias a que le copió algunas cosas al Flaco.
Omarsito, además de ser el mejor arquero del campeonato ( y del mundo ), era un “pan de Dios”. Nunca me voy a olvidar, cuando vino al velatorio de mi Viejo. Llegó casi a media noche, nos sentamos un rato a charlar y como vió que me caía de sueño, me sugirió que me vaya a dormir. Le hice caso, y a eso de las 4 de la mañana, cuando me desperté, Omar seguía en la misma silla. Se levantó me saludó y recien ahí se fue.
Todo lo que tenía de bueno, tambien lo tenía de pasional, se calentaba con los rivales y principalmente con los árbitros, así que dos por tres, se comía alguna amarilla, que después le generaba culpa, por el riesgo al que nos exponía de quedarnos con uno menos. Aunque en realidad, ningún árbitro se hubiese animado a expulsarlo y perderse la posibilidad de verlo atajar.
En la zona todos le reconocían sus cualidades, incluso “el Lobo”, un ex integrante del seleccionado nacional, que lo presentó en Huracán, y al toque lo ficharon en la Quinta. Por la sencillez de la familia, los sueños de verlo en primera lo guardaban muy en la intimidad, pero se intuía la ilusión que tenían de que en algún momento sea realidad, y poder terminar el dormitorio de la planta alta.
Nosotros estabamos orgullosos del salto que había dado el Flaco, pero por otro lado, la competencia oficial, le generaba mayores responsabilidades, y entre sus entrenamientos y el campeonato, cada vez nos fallaba con mayor frecuencia.
De todos modos, siempre buscaba la forma de estar presente en los partidos “chivos”, aquellos en donde se juegan mucho más que dos puntos. Sí, en el potrero uno es capáz de matarse por solo dos puntos o simplemente por dejar bien calentitos a los campeones del torneo pasado…
A veces venía muerto de los entrenamientos, y nos pedía por favor no jugar. Un día era la rodilla, otro el hombro o la cintura. Despues de un rato, indefectiblemente alguien aflojaba, y entonces, nos quedabamos sin arquero o venía a media máquina.
Cuando terminó el secundario, obviamente se puso a estudiar el Profesorado de Educación Física, y ahí se lo veía correr por el barrio o hacer ejercicio en un improvisado gimansio en el patio de su casa.
La cosa se complicó cuando se puso de novio con una chica de Quilmes…no hay nada que hacerle, “un pelo … tira más que una yunta de bueyes”.
Si no estaba lesionado, estaba en la casa de la novia, y la presencia de Omar se hizo más espaciada. Es extraño, pero justo su ausencia, coincidió con una abrupta baja en el rendimiento del equipo. Nos comíamos 3 o 4 goles por partido.
Oscar, además del fundador del equipo, era el médico al que todos consultabamos por cualquier boludés o por algun certificado para zafar en el trabajo o la facultad.
Un día nuestro arquero, lo fue a ver porque aun seguía con molestias en la cintura. Si algo tiene de bueno Oscar, es que cuando no sabe de un tema, no habla, después se interesa, y al final te recomienda, por lo tanto, en este caso lo derivó a otro especialista.
De la noche a la mañana, nos enteramos que habían perdido mucho tiempo con un diagnóstico equivocado del médico de la AFA y que era imperioso operarlo con urgencia.
Sus padres quedaron paralizados, y su novia, una piba de carácter, se empezó a mover para todos lados.
Según Oscar, lo trató el mejor Oncólogo que había en ese momento.
- ¿Cómo Oncólogo? ¿Tiene la papa?
- Si, en el hígado, y además es fulminante.
- Pero tiene 20 años… ¿cómo puede ser?
- La naturaleza no es tan sabia, a veces tambien se equivoca.
No nos alcanzaban los brazos para dar sangre, queríamos hacer todo junto, igual que cuando quedan pocos minutos para terminar el partido y vas perdiendo uno a cero.
Ibamos a visitarlo a la Clínica, le pedíamos que se recuparara rápido para que SSL pueda volver a primera. Le llevavamos El Gráfico donde estaban las notas al Pato Fillol. Mientras tanto, organizabamos con sus Viejos, el asadito para cuando le den el alta. Nosotros ibamos y veníamos, pero a un lado de su cama siempre estaba su novia, y al otro, calladitos, sus padres.
- Este muchacho, hoy está bien Omarsito, casi no le dolió, decía su Viejo cuando nos veía.
Y el Flaco seguía atajando las pelotas que le llegaban de todos lados, y además salía jugando con la cabeza alta, aunque con mucho esfuerzo. Pero el partido todavía no había terminado y siempre puede suceder un milagro, asi que después que terminó con la quimioterapia, organizó su casamiento.
Su familia se preguntaba ¿para qué?, y ninguno tenía respuesta del porqué una chica de 20 años se casaría con un enfermo terminal.
Seguro que fue el amor. Un gesto de amor que solo pueden hacer los que tienen el corazón.grande.
Esa noche en Quilmes, la Iglesia estaba llena de gente, compañeros del mismo equipo y también adversarios, árbitros e hinchas de potrero, familiares y amigos, y el Flaquito estaba ahí, con un impecable traje azúl, camisa blanca, casi pelado y sentado frente al altar, un poco encorvado y dolorido, pero mirando como su esposa, la mujer para toda su vida, venía del brazo de su suegro.
“Tenemos un arquero que es una maravilla, ataja los penales sentado en una silla…”
A los dos días, lo llamé por teléfono para ver como estaba. Su señora, me dijo que muy cansado, pero que igual quería hablarme.
- Don Nito, gracias por estar en la Iglesia. Mandales saludos a todos los muchachos y deciles que siempre tienen que estar juntos.
El que se quedó sin fuerzas, fui yo..
Al día siguiente, Oscar recibió un llamado, vino por casa, me abrazó, como nos pidió el Flaquito, y nos pusimos a llorar… como ahora.

La última materia - de Caño Celeste

Me acuerdo bien de todo, porque íbamos a jugar de visitante con Tigre, Siempre es duro ir a Victoria, pocas veces ganamos allí y pocas veces salimos sin bardo, esa vez no fue la excepción.
Con los pibes el mismo viernes a la noche armamos el operativo, la furgoneta del Tío iba a ser el medio de transporte. El Tío es el fletero del barrio, pelado, gordo y fanático del Celeste quien, casualmente, nunca tiene trabajo los días en que Temperley debe jugar de visitante. Los pibes somos los de siempre el grupito de cuatro o cinco que vamos juntos a la cancha desde que tengo memoria. Cada tanto se suma alguno, pero la barra básica, la de fierro, es siempre la misma.

De ida, todo fue joda, esa vez se nos había pegado el Cabeza. Paramos en un par de kioscos a comprar las birras y el calor y la sed fueron poco a poco desapareciendo. El boludo del Cabeza casi nos hace perder todo cuando al pasar por Garibaldi estrelló una botella contra un paredón con pintadas de los de Lomas. Salieron un par de pendejitos pero cuando vieron que éramos ocho, se calmaron y solo hicieron muecas desde la puerta de su casa. ¡mirá si se arma quilombo y nos perdemos el partido, tarado! Le grité. Nada, ni un agite con los de Lomas iba a hacer que me pierda este partido, y todos pensábamos igual, el problema es que el Cabeza, tiene solo tres neuronas, una quemada por la merca, la otra quemada por el alcohol y la tercera muerta desde que la Lily se mudó a la Capital.

Pasamos el Puente de la Noria tranquilos, nos vieron las camisetas del Cele y un gordo de lentes negros con cara de Narcotraficante Colombiano, miró adentro de la caja de la furgoneta frunciendo la trompa de ojete y se volvió dudando con sus compañeros de la taquería. El Cabeza, cuando el gordo no podía verlo se paró y se tomó los huevos. Lo sentamos de un empujón y le di un par de bifes, ¡Pará Pelotudo!, ¿qué tratás de hacer?. Atrás nuestro venían tres micros con toda la banda. Nos salvamos porque el gordo, con los otros tres policías, se olvidaron de nosotros y salieron corriendo para donde venían los demás.

Cada vez hacía mas calor, llegamos a Victoria transpirados pero contentos. Tomamos mas birras en un Super donde el Cabeza se robó unos muñequitos. El pibe que atendía se avivó pero se hizo el tonto, debe haber pensado que éramos todos chorros o algo así y se la bancó. Desde allí fuimos caminando pasando entre filas de cabezas de tortuga que nos miraban cada vez peor. En la entrada visitante te tocaban por todos lados para ver si entrabas algo. Una teñida cabaretera con uniforme de policía insultaba mal a todos los que pasaban. Miramos al Cabeza y cuando estaba a punto de largarle una guasada, lo metimos a empujones en la cancha.

Cuando llegamos, la tribuna estaba casi llena y todavía no había llegando la banda. Enfrente los de Tigre también eran miles, saltábamos gritando casi sin pensar en los crujidos de los tablones ni en el sol que nos taladraba la cabeza. Salieron los equipos y el delirio fue total. El partido fue trabado, feo, con pelotazos para cualquier parte y con pocas llegadas a los arcos. Matábamos los nervios saltando y cantando por lo que el verdadero espectáculo estaba en las tribunas. Diez minutos antes de terminar el partido, nos embocan. Mierda, No lo puedo creer!, me senté en los tablones y puse mi cara entre mis manos. Entre dos de los pibes me pararon ¡no seas amargo, hay que alentar mas que nunca!. Los metimos en un arco y en un bolonqui en el área de ellos donde no se sabía que pasaba, la pelota entró mansita al arco. Me rompí la garganta gritando el gol y me abracé con veinte tipos distintos. Uno a uno, en esta cancha de mierda, no está mal. Ya en tiempo de descuento se escapó un delantero del Celeste, rechazó un defensor de Tigre y el delantero, con el brazo, acomodó la pelota hacia adentro del área y cuando le salió el arquero, se la “picó” por arriba metiendo la pelota en el arco.

El alcahuete del línea se quedó paradito con la bandera levantada, por eso no gritamos nada, pero el árbitro, hizo el gesto de “casual” y marcó el centro de la cancha.

El Quilombo fue descomunal, nadie me puede explicar como, supongo que fue en la avalancha, terminé apretado contra el alambre a tres metros del piso, los jugadores bailaban en la cancha de frente a la tribuna mientras los de Tigre rodeaban al árbitro y volaron en el medio un par de manos. En la tribuna de enfrente, el alambre flameaba como una bandera, la cancha se llenó de policías y empezamos a escuchar los balazos de goma y las granadas de humo lacrimógeno. El Tío me agarró del hombro y me dijo “rajemos que aquí se va a armar feo”. Juntamos a los pibes y fuimos para afuera, al trote llegamos a la Furgoneta y enfilamos para la Avenida. Fue un error.

Desde una esquina aparecieron como cincuenta con palos y piedras nos rodearon desde los dos lados. Fue como una explosión el golpe repentino de decenas de piedras contra la caja y las puertas de la furgoneta. El Tío, haciendo chillar las gomas enganchó marcha atrás hasta media cuadra donde un par de autos de hinchas Celestes que habían caído, igual que nosotros en la emboscada, frenaron sorprendidos. El Tío, puso primera y se subió a la vereda, volteando un par de macetas transitó veinte metros, pasó entre una casa y un árbol rozando en ambos costados y saltó a la calle golpeando feo abajo. Los de Tigre, sorprendidos por la maniobra se quedaron parados y reaccionaron tarde, cuando empezaron a correr, ya nos habíamos escapado.

Los que íbamos en la caja golpeábamos contra el piso y el techo sin poder agarrarnos de ningún lado, los de adelante, la habían llevado peor. Al Tío le habían partido la frente con una baldosa y al Cabeza los vidrios del parabrisas se le habían clavado en veinte lugares distintos de la cara y el cuerpo.

Hicimos cuatro cuadras a fondo por esa calle sin darnos cuenta que era contramano. Los de atrás salvo por un par de machucones no estábamos tan mal, El Tío y el Cabeza, estaban bañados en sangre. Sin embargo, el Cabeza, sacó medio cuerpo afuera de la ventanilla y empezó a cantar, lo seguimos todos, el tipo estaba loco, pero en ese momento nos sacó el susto. Trataba de ordenar mis pensamientos y de golpe una frenada nos hizo rebotar de nuevo contra la parte delantera de la caja. Sentí algo caliente en la boca me toqué y vi que mi labio inferior se había partido en tres lugares distintos, también tenía cortada la encía. ¡Bajen todos! Gritó el Cabeza. Con una patada abrimos la puerta y saltamos al exterior.

El estado de la Furgoneta era para llorar. No había lugar donde no tuviera una marca de un piedrazo, los vidrios delanteros habían desaparecido, y estaban todos esparcidos dentro en el asiento delantero y en el piso, salvo por los que todavía estaban clavados en el cuerpo del Cabeza. La frenada había sido contra otro auto, que, confiado en el sentido correcto de la calle había doblado sin mirar y se había encontrado con nosotros que veníamos al taco y de contramano. En el auto venían tres tipos, de unos cuarenta años, los tres tenían puesta la camiseta de Tigre. También se bajaron.

Cuando vieron nuestro aspecto, se asustaron. Los ojos de los tres iban del estado de la Furgoneta a nuestro grupo desaforado de tipos bañados en sangre, y muy calientes. Contra lo que yo hubiera supuesto, el mas loco era el Tïo, ¡Hijos de Puta!, ¡mirá lo que me hicieron, Hijos de Puta!, ¡yo vivo de esto!, les gritaba. La cara era una máscara de sangre pero entre la misma, se veían rodar lágrimas de furia. El Cabeza tenía un aspecto que asustaba, su pantalón estaba casi intacto, pero en el resto de su cuerpo decenas de heridas sangraban a distinto ritmo, incluso en alguna de ellas todavía podía verse el brillo de la punta de un vidrio que había penetrado la carne. Saltaba y gritaba ¡vamos a matarlos!, ¡vamos a matarlos a todos!.

Dos de los tipos, hicieron lo mas prudente, dieron media vuelta y salieron corriendo. El Cabeza fue por ellos pero tras correr diez metros se tropezó y cayó rodando en medio de la calle, trató de levantarse y volvió a caer. El tercero se quedó petrificado parado con la puerta abierta, al lado del volante. Era el conductor y por supuesto, el propietario del auto. Una pequeña bandera de Tigre, colgaba del paragolpe delantero. Uno de los pibes la arrancó con furia. Quedamos el Tío y yo frente a él. Era un tipo canoso, con un bigote gris, boca bien chiquita y ojos desmesuradamente grandes y celestes. En la cara, me di cuenta que no estaba asustado, todavía tenía metido adentro el odio del final del partido, de cómo habían perdido. Nos miraba mal, como si nos quisiera pelear a todos.

El Tïo tomó una baldosa del piso y con furia la arrojó contra el parabrisas del auto. Contra lo que suponía el mismo no explotó, la piedra rebotó y cayó en la acera pero una gran rajadura de arriba hacia abajo mostraba que el vidrio, no se la había llevado de arriba. El tipo dio un paso para atrás pero con la misma expresión de furia nos miraba desafiante. Parecía que en cualquier momento iba a saltar contra nosotros. El Tío corrió a la Furgoneta y volvió con una llave cruz metálica y se abalanzó contra el hincha de Tigre. Con uno de los pibes, lo paramos. No fue fácil, era como un toro desbocado.

Cuando lo logramos controlar, su cuerpo daba espasmos de llanto y furia. ¡me mataron, guachos, me mataron!. El tipo seguía parado pero en la mirada ya no había tanto desafío, se dio cuenta que le habíamos salvado la vida. Fui hacia él y le grité ¡rajá de acá pelotudo, ustedes solo son malos de lejos y tirando piedras!, ¡Hoy zafaste, pero si te veo de nuevo, sos Historia! con toda la fuerza le escupí en el capot, una mezcla de saliva y sangre que quedó estampada como recuerdo de lo sucedido. Dos de los pibes levantaron al Cabeza y lo tiraron atrás en la caja, estaba totalmente dado vuelta. Arrancamos y nos fuimos.

Llegamos a Temperley de noche. De pasada curaron en la Salita al Cabeza y al Tïo, no era mas que algunos cortes superficiales, los cosieron y vendaron. El Tío, mucho mas tranquilo, me agradeció que lo hubiera parado. ¡Lo mataba, te juro que lo mataba, ahora estaría lamentándome con la Yuta de Tigre!. También se había tranquilizado con lo de la Furgoneta. “El cuñado de mi vecino es chapista y fanático del Cele, quédense tranquilos que para el viaje a Rosario, ya va a estar como nueva!.

A la noche, con los pibes fuimos a festejar, ¡Que partido! Hasta las tres de la mañana fueron cantos, baile y birras, todas las canciones de la cancha revivieron en ese bar. Lo sucedido después de las tres de la mañana, es bastante mas nebuloso. Recuerdo el modo en que entré en mi casa tanteando los muebles, algo que se me cayó en el baño, pero poco mas.

El sol de la ventana me pegaba de lleno en la cara cuando me desperté. No se que hora era, pero parecía cerca del mediodía. La cabeza me explotaba, sentía latidos de dolor similares al retumbar del bombo que, años atrás, golpeaba en la tribuna Huguito White. Dos a uno, ¡Que Bárbaro!, que calientes se quedaron, encima nos quisieron emboscar y nos escapamos. Me acordaba de los tipos del auto y esa mirada de frío desafío del bigotudo. ¡Tendría que haber dejado que el Tío le parta el balero!.

Me di una ducha y pensé en comer algo. Cuando volvía para mi cuarto veo los libros: DIOS!!!. Me acordé que al día siguiente a la mañana daba la última materia para entrar a la nocturna de la Capital. Me habían echado de cuarenta colegios, mis viejos ya no sabían que hacer y me amenazaron que si no terminaba este año el secundario, me mandaban a laburar. Con la matemática me rebuscaba, pero la Historia, no me gustaba nada. Las fechas, los nombres, las cosas que habían hecho, entraban en mi memoria rápidamente, pero salían de ella con la misma velocidad. No lograba hacer que todo ese menjunje tuviera algún significado, y todo lo que a mi no me importaba, me era imposible retenerlo. Era boleta.

Comí con mis viejos, escuchando los sermones de siempre. Mis ojos enrojecidos, mi aspecto desarrapado, sumada a las heridas de mi boca, las cuales supuestamente habían sido provocadas por “alguna pelea entre borrachos”, fueron los motivos para que me volvieran a torturar y a recordarme que, si no entraba en la Nocturna de la Capital, tendría que ir a trabajar a pintar casas con mi viejo. Por suerte, una cosa llevó a la otra y los gritos hacia mi, poco a poco fueron transformándose en gritos entre ellos. Salí del comedor y ni se dieron cuenta. Agarré los libros de Historia y me fui para la calle. ¡que poco me duró la alegría de ayer!.

Apunté para la plaza y pasé por la casa del Tío. Estaba en la puerta, con un vendaje que le cubría medio rostro, pero con una gran sonrisa en la cara. Cuando me vio me llamó. ¿Qué te pasa Pibe?. Le conté mi problema. ¡Uhh, Historia!, yo tenía una forma de estudiar Historia que siempre me daba resultado, pasá que te puedo dar una mano. Entré a la casa del Tïo. Vivía solo con la madre que estaba postrada en un cuarto. Cuando pasamos por la puerta, un olor rancio a baño de estación salía de esa habitación. Seguimos caminando hasta el fondo, atravesamos un patio y entramos en otro cuarto chiquito y oscuro. El Tïo levantó la persiana y algo maravilloso me rodeó. Las cuatro paredes estaban tapizadas de fotos de jugadores de Temperley de todas las épocas. Eran recortes de revistas y diarios, algunas relucientes, otras amarillentas. Centenares de rostros vestidos de Celeste me miraban. Me quedé casi sin respiración.
¡Este es mi santuario!. Abrió un pequeño ropero y decenas de camisetas celestes colgaban prolijamente. Una pila de álbumes encuadernaban las formaciones y crónicas de los partidos de Temperley de muchos años para atrás, hasta la actualidad. Su abuelo había comenzado la colección y se la había transferido. ¡ Esto es hermoso, le dije, gracias por mostrármelo, pero ¿cómo me va a ayudar esto?

Te cuento, dijo, cuando era pibe, la Historia no me entraba, pero te podía recitar de memoria las formaciones del Celeste, el recuerdo de los partidos, los hechos de los grandes dirigentes. ¿vos sabés algo de la historia Celeste?. Pensé un poco y respondí : “Si, cuando todavía me hablaba con mi viejo, el me contaba todas las historias de las grandes hazañas, y con los pibes, muchas veces las recordamos porque a ellos les pasó lo mismo”.

“Bueno, ESE es el secreto. Tenés que asociar lo que sabés de Historia Celeste, con la Historia del País”. No terminaba de entender. “Te pongo un ejemplo, ¿sabés quien fue Belgrano?, lo miré medio confundido y dije “Uno que estaba en la Primaria en un cuadro”, volvió a preguntar ¿Y Alfredo Beranger?, Si, le dije fue el Presidente de Temperley que nos llevó a Primera y que hizo que empezara el fútbol, también fue el que consiguió los terrenos donde está la cancha”.. Entonces me empezó a contar de todo lo que hizo Belgrano y me dijo “Acordate, los dos empiezan con BE, Belgrano y Beranger”.

De ahí pasamos a San Martín, otro procer cuya mayor referencia para mi era la de un milico arriba de un caballo en una estatua. El Tïo me preguntó por Luciano Agnolín, yo le respondí “¿cómo no voy a saber?, fue el máximo goleador de la Historia Celeste, hizo 130 goles en 133 partidos, un monstruo” Después me explicó quien fue San Martín y me dijo, ya tenés otro, recordá la rima San Martín, con Agnolín.

Estuvimos toda la tarde en ese cuartito y repasamos la Historia Celeste, con lo que yo tenía que estudiar. Era fácil los héroes de mi infancia, se asociaban con estos personajes que yo no entendía bien cual había sido su obra. Los goleadores fueron los patriotas, los dirigentes que habían levantado el club, los presidentes del país, las fechas patrias eran los campeonatos ganados, incluso poco a poco comencé a verle a los Realistas que combatían en las duras batallas por la Independencia una molesta casaquilla a pequeñas rayas rojas y blancas. Salí de allí convencido que mi examen iba a ser un total éxito.

A la mañana siguiente fui para el colegio en la Capital. Subí al tren eléctrico y milagrosamente logré sentarme. Comencé a repasar mentalmente todo lo que había aprendido y, me di cuenta que no sabía nada. Todo era una gran confusión. No lograba diferenciar entre si José de San Martín le había hecho siete goles en un partido a Estudiantes de Buenos Aires, o Luciano Agnolín había cruzado la Cordillera a caballo. Imaginaba a Moreno y Castelli vistiendo la Celeste abrazados festejando un gol, mientras French y Berutti, tomados del para - avalanchas alentaban y tiraban cintas y papelitos. Cerraba los ojos y veía a Panizzo con uniforme militar, espada en mano, luchando contra los realistas de Lomas. En la Reconquista de Buenos Aires, el Cabeza les tiraba aceite hirviendo a los Ingleses de Tigre, mientras se tomaba los huevos y los puteaba. Estaba perdido.

Entré al colegio transpirando era una construcción antigua y deprimente. Nos hacían pasar de a uno, como en el patíbulo. De afuera, se veía que la mesa examinadora la integraban dos profesores, uno joven y otro mas viejo. Estuve a punto de salir corriendo. Cuando ya había tomado la decisión de rajarme, escuché una voz estridente que me llamaba por el apellido, junté coraje y entré.

Me costaba levantar la mirada cuando me senté en la mesa frente a los profesores. El mas joven era apenas mas grande que yo, tenía el pelo engominado y un rostro pálido, casi sin color. Cuando vi al otro, no lo podía creer. Un tipo canoso, de boca finita y ojos desmesuradamente grandes y celestes me miraba fríamente. Nos reconocimos de inmediato y la sorpresa fue mutua. Ambos optamos por lo mismo, nos ignoramos e hicimos como si no nos conociéramos. Imperceptiblemente el tipo sacó de su bolsillo una agenda y la puso sobre el escritorio. Sobre las tapas negras un gran escudo a franjas rojo y azul no dejaban lugar a dudas sobre sus sentimientos. Saqué mi carpeta de la mochila, y la puse delante de sus ojos. Las tapas, estridentemente Celestes resaltaban con las letras doradas que decían “Gasolero Querido”. Un leve movimiento de su comisura izquierda indicaba que había hecho acuse de recibo. Las cartas estaban echadas, el tipo la iba a gozar.

A los diez minutos ya iba perdiendo cinco a uno y con baile. Me paseaban de una punta a la otra del programa y me defendía como podía, pero la mayoría eran goles. Cuando encontraba algún punto fuerte en mi memoria y comenzaba a recitar lo poco que sabía, me interrumpía y me pasaba a otro tema. El resultado estaba cantado. El mas joven, ante cada burrada mía, hacía gestos de exasperación, mientras que el otro me miraba fijo y al mismo tiempo con su dedo índice acariciaba el escudo de su agenda. Trataba de tragar saliva pero la misma no conseguía pasar por mi garganta. Súbitamente el canoso dijo: “Profesor Paruzzo, puede por favor ir a la Dirección a buscar el cuaderno de comunicaciones, yo termino con este alumno”. Me quería solo para él.

El silencio se cortaba con un cuchillo. El lo rompió, “Bueno, para terminar, hábleme de la Revolución del ‘90”. ¡De eso sabía!, los cañones de la plaza de Temperley, el tipo que había hecho quilombo como presidente ¿cómo se llamaba?, ahh como el jugador ese que jugó en los ’70 en el Celeste y en Tigre, ¿cómo era? El Negro JUÁREZ, SI!!! JUÁREZ CELMAN. La luz se me hizo en la memoria y recité todo. Esta vez no me paró. Cuando terminé, estaba con la respiración agitada.

Levantó la vista y con un gesto de furia dijo, “Una pregunta final, ¿Fue mano?”, no me pude aguantar, y dije “Grande como una casa, pero a llorar a la iglesia”. Lentamente guardó la agenda en su bolsillo, levantó la vista y me dijo. “Está aprobado”.

Me tiré en la silla hacia atrás y no lo podía creer, la sonrisa no me cabía en la cara, pero cuando le vi la expresión, se me borró rápidamente. “Ahora estamos a mano, pero en marzo nos vamos a volver a ver”, te quiero acá, con mi Bandera, de lo contrario, sos Historia”. El tipo era un turro y estaba resentido, pero tenía Códigos. Los códigos del fútbol que desde afuera muy pocos entienden, pero que todos los que estamos en el, respetamos a muerte.

Wilmar Everton Cardaña, número 5 de Peñarol - de Roberto Fontanarrosa

Porque yo lo conocí a Cardaña. Y porque lo conocí a Cardaña puedo afirmar que mucho se equivocan aquellos que juzgaron o juzgan al áspero centrehalf peñarolense a través de la imagen recogida en los campos de juego.
Yo se que es difícil imaginar, suponer, adivinar, una personalidad tierna y sensible escondida tras la carnadura hosca y prepotente del capitán de los aurinegros. Yo entiendo que no es sencillo intuir el gesto amable o la frase cordial en un hombre que hizo del encontronazo cruel, la pierna arriba o el gesto acerbo, una marca personal e indeleble a lo largo de su prolongada campaña. A lo sumo, admito, era factible entrever en el la grandeza, el coraje y una hombría de bien reconocida incluso por aquellos que fueron sus victimas, encarnizados rivales o detractores.
Pero yo lo conocí a Cardaña y creo que fui uno de los pocos privilegiados que pudo compartir su circulo áulico, cimentado en el respeto mutuo y los afectos sobreentendidos. Y fue ese respeto, ese sobreentendido. el que me permitió ser testigo de un hecho, de una anécdota, que echa por tierra el equivocado concepto de considerar a Wilmar Everton Cardaña como un mero cacique huraño, un rispido patrón de la media cancha, temido y evitado por los rivales. Cuantas veces el insulto hiriente, el epíteto injusto, el cántico soez, cayo desde la gradería rival sobre la humanidad generosa de mi amigo! Sin duda alguna, muchos de aquellos que ayer desgranaron los mas pesados e injuriosos improperios contra Wilmar Everton Cardaña se sentirán incómodos o arrepentidos al finalizar de leer esta nota que revela la otra cara del ídolo deportivo. Cuanta nobleza habitaba el pecho inconmensurable de Wilmar! Cuanto valor cívico podía esconderse bajo el glorioso numero cinco prendido a la mirasol peñarolense, ya fuera sobre el césped del Estadio Centenario, en cualquier campo de la vecina Buenos Aires, o en la grama misma de tantos y tantos estadios brasileños donde los frágiles y siempre pusilánimes morenos le temían como a una figura mitológica !
No por nada, mi amigo y colega Pablo Aladino Puseya, inolvidable periodista, desaparecido ya, que supo firmar sus columnas en "El Tero Alerta" de Rocha con el ingenioso pseudónimo de "Banderín de Corner", bautizo a Cardaña como "El Hombre". Así, a secas, con mayúsculas, porque supo advertir en Cardaña al luchador indoblegable, al deportista cabal de vergüenza invicta, mas allá de la circunstancial controversia sobre un puntapié a destiempo o una fractura expuesta. Tiempo después, algún pícaro modifico el apelativo para extenderlo a "El Hombre de Roble", lo que, en si, parecia configurar un elogio a la increíble solidez de sus piernas ligeramente chuecas, pero que en verdad escamoteaba la verdadera intención del apodo, que aproximaba a Cardaña a la infame condición de "tronco". Lo avieso de la maniobra lo certifica el hecho de que esta deformación de su apodo fue adaptada velozmente por los seguidores de Nacional. Y no quedo allí la cosa, porque después de aquel desgraciado incidente con Fanego (el veloz punterito de Huracán Buceo que se destrozara una clavícula contra el alambrado olímpico en un cruce fortuito con Cardaña) parte de un periodismo no propiamente imparcial, paso a llamarlo "El Hombre de Neanderthal". Quisiera que esta anécdota, que puedo contar dado el particular contacto que tuve con el caudillo indiscutible de Peñarol, eche algo de luz sobre la "leyenda negra" que sobre el se derramara desaprensivamente. A mucho tiempo de los hechos, pienso que el mismo Cardaña, refugiado hoy en la paz y el reposo de su hogar en Treinta y Tres, me perdonara que refiera lo ocurrido en circunstancias de aquella histórica final del 54, tema que el, por pudor y humildad, jamás quiso develar. Puede que el relato aporte también nuevas referencias a los amigos tangueros, ya que lo sucedido en torno a esa final inolvidable fue inmortalizado en un tango que, precisamente, lleva por nombre "La numero cinco". La anécdota revelara que el titulo de la pieza se refiere a la casquivana pelota de fútbol, y no al numero que lucia la camiseta de Wilmar Everton Cardaña sobre sus dorsales, ni al que identificaba (este fue un rumor poco serio y malintencionado) a una damisela aspirante al trono de "Miss Paysandu" y por quien, dicen, suspiraba el inspirado compositor de tangos.
Aquella mañana del 3 de noviembre de 1954 llegue al hotel Olinto Gallo, donde se alojaba habitualmente el plantel de Peñarol, palpitando encontrarme con un clima de nervios y tensión, acorde con la magnitud del gran encontronazo final con el clásico enemigo de todos los tiempos: Nacional. Había una efervescencia formidable en Montevideo y los tamborines de la murga "Los que pelan la chaucha" no habían dejado de atronar el barrio de La Tumba en toda la noche. Sin embargo, me halle con un grupo de muchachos --jugadores, técnicos y dirigentes-- departiendo mansamente luego del desayuno, al parecer olvidados de la proximidad de la justa. Pero esa primera impresión fue efímera. algún gesto falso, ciertas torpezas en los movimientos, un par de respuestas destempladas o el rechinar penetrante de algunas dentaduras, denotaban el crispamiento interior, el desgarro insoportable de la espera.
Pregunte por Cardaña y me contestaron que el recio capitán se había retirado a su habitación luego de merendar. Subí a su pieza, con la familiaridad que me confería su actitud amistosa hacia mi, y me invito a pasar con un gruñido. Wilmar Everton Cardaña era hombre de pocas palabras, muy pocas, como todo hombre criado en el campo, entre vacas y animales poco propensos al dialogo. Creo que hasta ese día --y ya llevábamos mas de dos años de amistad--, solo le había contabilizado nueve palabras, monosilabicas en su mayoría. Y vale la pena consignar que mas de la mitad de ellas las había gastado en una sola frase, previa a otro partido importante, cuando levantándose imprevistamente de una tertulia, anuncio: "Permiso, voy a ir al baño". Era así, directo, franco, hombre de llamar al pan, pan, y al vino, vino, y no podían esperarse de el frases grandilocuentes o inflamados discursos. De mas esta decir que era la tortura de los periodistas radiales quienes, mas de una vez, debieron quitarle los auriculares sin haber obtenido de el ni un dato, ni un nombre, ni una fecha. Encontré a un Cardaña taciturno y cariacontecido, cosa que atribuí a la responsabilidad del partido de la tarde. En aquella época no habían proliferado las líneas de ropa deportivas; por lo tanto, en las concentraciones, los players usaban sus propios atuendos a veces de gustos caprichosos o discutibles. Cardaña llevaba puesto un saco marrón, colocado al revés, o sea, con la pechera sobre la espalda, lo que lo hacia parecer sujeto por un chaleco de fuerza.
--Es por el pecho-- me dijo, señalándose el cuello. Yo sabia que sufría de severas anginas de pecho. El cigarrillo --aquellos cigarritos negros "Barbudas", de la época, que solía lucir detrás de la oreja durante los partidos-- le había instalado una tos seca en el pulmón derecho y una tos convulsa en el izquierdo. Parecía mentira que un hombre que fumaba como el, casi siete etiquetas por día, pudiese tener ese despliegue incesante y depredador en el campo de juego. Cuantos jugadores de hoy en día, con los tan mentados y publicitados sistemas de entrenamiento, dietas especiales y cuidados dignos de una odalisca quisieran poseer aquella inagotable capacidad física que acreditaba Cardaña, aun considerando sus excesos y descuidos! Cuantos de los señoriítos de hoy en día, atentos siempre a sus peinados y manicuras, se hubieran atrevido a mostrarse a la prensa en saco de calle vuelto del revés, camiseta musculosa debajo y pantalón pijama, sin temor a ser el hazmerreír o al escarnio!
En la misma habitación de Cardaña estaba Nelson Amadeus Farragudo, aquel implacable marcador de punta, el del gol agónico al Wanderers en el 49, de sombrero de fieltro sobre los ojos, tomando mate. Le decían "El Buitre" Farragudo, no solo por la nauseabunda peladura de su cuello, sino porque, cual la conocida ave carroñera, era quien caía sobre los restos de las victimas de Cardaña, cuando este recibía a los delanteros rivales por el medio de la cancha. Por la mustia actitud de Farragudo --mitigaba el sonido del mate cubriéndose la cabeza con una toalla-- comprendí que algo no andaba bien en mi amigo, su compañero de pieza, el legendario centrehalf peñarolense.
Por si no lo he dicho, Wilson Everton Cardaña tenia una cara de rasgos grandes, muy marcados. Las cejas, negras y pobladas, se juntaban sobre el puente de la nariz. Los ojos, sin ser bellos, eran saltones y parecían querer fugarse por debajo de unos parpados gruesos, de piel porosa como la de los citrus. La nariz era prominente, larga, carnosa, de aletas amplias. La boca se abultaba bajo el bigote generoso y se alargaba hacia los costados, pareciendo que las comisuras profundas podían alcanzar los peludos lóbulos de las orejas, también enormes. Entre estos lóbulos y la boca, sin embargo, se interponían dos hondonadas como tajos, arrancando desde los pómulos protuberantes para bajar y delimitar con claridad el mentón avanzado y desafiante. Daba la impresión de que uno podía tomar esa porción inferior de la cara, por aquellos surcos que partían de las mejillas, y quitarla de allí, como si fuese un aditamento plástico removible. Había en ese rostro algo perturbador y obsceno pero, al mismo tiempo, sobrecogedor. Era como contemplar un fiordo inmemorial, un precipicio de roca desnuda, el magma primigenio. Era asomarse al inicio de la naturaleza. Y ese rostro, aquel día, estaba transfigurado.
Consciente Cardaña de que yo había percibido ese clima extraño y dislocado, fue hasta una cómoda y saco algo de uno de los cajones. Pronto se me acerco con la facilidad que le daba nuestra confianza mutua, y me extendió una hoja de papel azul.
--Es una carta-- me aclaro.
Leí la carta y, en ella, con una letra despareja, salpicada de errores ortográficos, decía: "Soy casi un niño y, desde hace mucho tiempo, me hallo encerrado en una oscura sala del Hospital Muñoz. Padezco de un mal reversible y, por eso mismo, no estaré el domingo en el estadio para alentar al glorioso Peñarol. Si no es mucho pedir, me haría muy feliz tener en mis manos la pelota con que se juege el encuentro, firmada por todo el plantel mirasol. Si es necesario pagar, adjunteme la factura, que oblare gustoso con dinero que he ahorrado privandome de la medicacion. Suyo, Jose Petunio Invenianto, cama 747."
Confieso que termine de leer aquella carta con los ojos nublados por el llanto. Cuantos purretes de hoy en día, deslumbrados por el artificio de la tecnología y la banalidad de la computación, serian capaces de solicitar a su ídolo deportivo el humilde y significativo obsequio de una pelota? Cuantos niños de la actualidad, engañados por la urgencia de una sociedad que no sabe de la pausa para la charla amable o la reflexión, tendrían la delicada paciencia de solicitar la pelota para "después" del partido y no para "antes" del mismo, con todos los inconvenientes que esa voracidad podría provocar en la popular justa? Pero mi sorpresa fue inmensa y total cuando alce los ojos. allí, delante mío, Wilson Everton Cardaña, "El Hombre", "El capitán Invicto", "El Hacha" Cardaña estaba llorando. Aquel que hiciera callar de un solo chistido a 150.000 brasileños aterrados en el estadio Pacaembu, cuando la final de la Copa Roca! Aquel que se bajo los pantaloncitos y el calzoncillo punzo para mostrar sus testículos velludos, uruguayos y celestes a la Reina Isabel en el mismísimo estadio de Wembley! Aquel que ya a los ocho años quebrara en tres partes el tabique nasal a su profesora de música en la escuelita sanducense... estaba llorando! Esta cartita escrita sobre el burdo papel azul por aquel botija preso en la fría sala del Hospital Muñoz había hecho el milagro de ablandar el corazón, en apariencia fiero, del granítico centrehalf de Peñarol y la selección uruguaya.
No abundare en detalles ni cederé a la tentación periodística de recordar los avatares de aquel partido memorable que termino con el resultado por todos conocido. Calle la historia por mi presenciada en la habitación de Cardaña, por pudor y por prudencia, consciente de que no saldría de mis labios ese relato, como así tampoco de los del "Buitre" Farragudo, austero en su vocabulario como en su manejo del bacón.
El lunes, al día siguiente del encuentro, acudí al Hospital Marcelo Muñoz, a ser testigo del final de la historia. Esperaba hallar allí tan solo a Cardaña pero cuan grande seria mi sorpresa al ver a las puertas de nosocomio el plantel integro de Peñarol, algunos aun con la camiseta puesta bajo el saco, deseosos de cumplir con el pedido postal! Y lo increíble, lo conmovedor, es que no se habían reunido allí por un acuerdo previo o concertado. Uno a uno, por su propia cuenta, con la misma coordinación que ponían en el campo de juego para implementar la ley del off-side o presionar a un juez de línea, habían llegado hasta el Muñoz para acompañar al capitán en la entrega del preciado regalo! Cuanto planteles de la actualidad, ávidos de dinero y fama fácil, serian capaces de repetir aquella escena, aquella convocatoria, llevada a cabo por hombres simples y cabales, deportista que no conocían los devaneos en torno a contratos fabulosos ni los desplantes exigentes por unas cuantas monedas de oro, antes de comenzar algún encuentro?
Y entonces fue el sinceramiento. Ante esa presencia masiva y espontánea, frente a tanta humanidad enternecida, Wilson Everton Cardaña no aguanto mas y lloro como una criatura. Lo seguí yo y luego el plantel. Lloramos abrazados sin avergonzarnos de los facultativos que nos miraban con cierta curiosidad o de los transeúntes que acertaban a pasar por el lugar. algún periodista, mal periodista, arriesgo luego la mezquina versión que el plantel de Peñarol lloraba aun el lunes la ignominia de la abultada derrota, soslayando el hecho irrefutable de que se trataba tan solo de un acto de amor y desprendimiento. Cuantos periodistas de hoy en día, mercenarios que ponen su pluma al servicio de quien mas paga, habrían hecho exactamente lo mismo que aquel sicario de la prensa amarilla!
Desahogados en parte, pero aun trémulos por lo tocante de la escena, pudimos seguir rumbo a la sala 2, media hora mas tarde. Adelante, Cardaña, con la numero cinco entre sus manos enormes. Atrás, yo y el plantel, encolumnados en un remedo de la tantas veces repetida entrada a la cancha. Y quiero ser cauteloso al narrar lo que sucedió después, ya que tuvo ciertos rasgos sorpresivos e inesperados. Como así también advertir al lector que mi fidelidad al relato me obliga al uso de palabras que no son de mi predilección, a pesar de ser moneda corriente en la vía publica. Fue casi simultaneo entrar en la sala 2 e individualizar al pequeño que había solicitado el obsequio. Tendría doce, trece años y, cubierto por un camisón blanco de tela basta, se hallaba de pie sobre su cama, expectante, mirando hacia la puerta como si nos hubiese adivinado. Tal vez el revuelo de enfermeras y doctores lo alerto, quizás la intuición infantil, o tal vez el hecho de que, nosotros, nos acercábamos cruzando los largos y umbrosos pasillos cantando la Marcha del Deporte. Pareció no dar crédito a lo que veían sus ojos, las pupilas se le empañaron y comenzó a temblar como atacado por la fiebre. Impresionado, Cardaña se acerco a el y le entrego la pelota firmada por todos. El pibe la miro, nos miro a nosotros, volvió a mirar la pelota, nos volvió a mirar a nosotros y finalmente grito:
--Hijos de puta! Como pueden perder con eso chotos de Nacional?Confieso que nos quedamos estupefactos, helados por lo sorpresivo de la agresión.--Como carajo puede ser que esos putos nos hagan cuatro goles?-- siguió gritando el imberbe, ya absolutamente desaforado, roja la cara, las venas del cuello tensas, como a punto de estallar--. Hijos de mil putas! Troncos de mierda! Metanse la pelota en el culo!
Y, acto seguido, arrojo el balón al rostro de Cardaña, estrellándolo contra su nariz. Vi palidecer al capitán y temí lo peor.
--Vendidos!-- seguía, para colmo, el botija-- Se vendieron como unos miserables! Cuanta guita les pusieron para ir para atrás, guachos de mierda?Vi a Cardaña dar un paso hacia el muchacho y supe que no podría contenerlo.--Cagones!--vocifero el chico, empinándose hasta caer, casi, de la cama--. Maricones! Vayan a trabajar, ladrones!
Advertí, en el ultimo instante, el brillo asesino de tigre en los ojos de Cardaña, el mismo que había apreciado tantas veces en las inmediaciones del área, y supe que atacaba. Se lanzo con los dos pies hacia adelante en la temida "patada voladora" y alcanzo al muchacho en pleno tórax, de la misma forma que puso fin a la carrera de Alberto Ignacio Murinigo, el prometedor numero nueve del River Plate. Cayeron los dos del otro lado de la cama y, sobre ellos, se abalanzo una docena de enfermeros que se habían acercado atraídos por los gritos del botija.
Salimos destrozados del Muñoz. Los muchachos de Peñarol, heridos hasta lo mas recondito por la injusticia de los agravios recibidos. Yo, por lo estremecedor de la escena presenciada.
Al día siguiente, un medico de guardia me informo que el chico tenia cuatro costillas fisuradas, lo que obligaría a prolongar su interacción seis meses mas. También me dijo que el botija padecía de una calvicie irreversible, y que había solicitado permanecer internado a los efectos de no concurrir a una escuela técnica que detestaba. Que era un buen chico, en verdad muy hincha de Peñarol y que, meses atrás, se había hecho regalar un planeador firmado por un diestro del volovelismo que había batido un record sudamericano.
Muy pocos conocen esta anécdota, ya que una conjura de silencio se cernió en torno a ella. Yo me abrigue en el secreto profesional para no revelarla. El plantel de Peñarol callo el suceso por un natural prurito del deportista derrotado y en cuanto al agresivo muchacho, tengo información de que aun sigue en el mismo hospital, aunque ahora con el cargo de "jefe de enfermeras". Wilmar Everton Cardaña siguió jugando, desparramando coraje y sangre charrua en cuanto campo de juego le toco en suerte asolar. Siguió acrecentando su fama de guapeza y virilidad sin limites. Siguió mostrando, en suma, una sola de sus dos caras o facetas: la del energico, petreo y filoso centrehalf de los de aquellos tiempos.
Apenas un puñado de sus mas íntimos guarda, como un tesoro, el secreto de aquellas lagrimas que supo derramar ante el conmovedor y sencillo pedido de un niño.

Nunca Jamás - de Walter Saavedra

Como vas a saber lo que es el dolor si jamás un zaguero te azoto la tibia y el peroné.
Como vas a saber lo que es el placer si nunca ganaste un clásico barrial.
Como vas a saber lo que es llorar si jamás perdiste un clásico sobre la hora con un penal dudoso.
Como vas a saber lo que es el cariño si nunca acariciaste la redonda de chanfle entrándole con el revés del pie en el cachete para dejarla jadeando bajo la red.
Como vas a saber lo que es la solidaridad si jamás saliste a dar la cara por un compañero golpeado sin fe desde atrás.
Como vas a saber lo que es la poesía si nunca tiraste una gambeta.
Como vas a saber lo que es la humillación si jamás te hicieron un caño.
Como vas a saber lo que es la amistad si nunca devolviste una pared.
Como vas a saber lo que es un orgasmo si jamás diste una vuelta olímpica de visitante.
Como vas a saber lo que es el pánico si nunca te sorprendieron mal parado en un contragolpe.
Como vas a saber lo que es morir un poco si jamás fuiste a buscar la pelota adentro del arco.
Como vas a saber lo que es la xenofobia si en ninguna cancha te gritaron " negro de mierda".
Como vas a saber lo que es la soledad si jamás te paraste bajo los tres palos a doce pasos de un fusilero dispuesto a acabar con tus esperanzas.
Como vas a saber lo que es el barro si nunca te tiraste a los pies de nadie para mandar la pelota sobre un lateral.
Como vas a saber lo que es el egoísmo si nunca hiciste una de mas cuando tenias que dársela al nueve que estaba mejor ubicado.
Como vas a saber lo que es el arte si nunca inventaste una rabona.
Como vas a saber lo que es la música si jamás cantaste haciendo equilibrio sobre un paravalancha.
Como vas a saber lo que es el suburbio si nunca te paraste de wing.
Como vas a saber lo que es la clandestinidad si nunca te tiraron un pelotazo para que te aguantes vos solo a toda la defensa rival.
Como vas a saber lo que es la injusticia si nunca te saco tarjeta roja un referee localista.
Como vas a saber lo que es el insomnio si jamás te fuiste al descenso.
Como vas a saber lo que es el odio si nunca hiciste un gol en contra.
Como vas a saber lo que es la vida, mujer...!!!si nunca, jamás, VIVISTE EL FÚTBOL.

¿Que es la Amistad? - de Caño Celeste

Cinco de la mañana, la bruma matinal se mezclaba con los vapores mal olientes que emanaban de las alcantarillas y vaya a saber en que desagüe industrial tenía su origen. Los tres muchachos vuelven del boliche, cabizbajos, cansados y porque no decirlos mareados de tanta música al taco y fernet rebajado con lo que fuera. Viven en el mismo edificio, y casi se puede decir que son hermanos pues visten del mismo modo, utilizan al caminar la misma cadencia y hasta el corte de pelo es de la misma peluquería, sin embargo no tienen parentesco familiar alguno.

Llevan juntos muchos años, desde que Horacio se mudó al edificio pero al que ya conocían de la cancha. Luis y Raúl ya eran amigos del alma desde el mismo jardín de infantes y ambos, al conocer al flaco Horacio, en el cuarto grado de la primaria, supieron que también con él serían inseparables por el resto de sus vidas, o al menos eso pensaron.

Vivieron todas juntos, las buenas como la locura en cancha de Huracán el día de los penales y el Mudo Cassé, hasta las amarguras como la muerte repentina de la vieja de Luis o la separación de los viejos de Horacio. Se bancaron uno al otro en las malas, se sostuvieron y se apoyaron. Ninguno de los tres tenía la suficiente labia como para definir con propias palabras lo que significaba la palabra “amigo”, sin embargo cuando una vez Horacio debió responderle a una minita que le preguntaba si la quería, la respuesta fue espontánea, “sos buena piba, y con el tiempo quizás te quiera, pero yo en realidad quiero a mis viejos y por sobre todo quiero a mis amigos, con los que puedo contar siempre y en cualquier circunstancia.” Esa piba, con el tiempo pasó, los amigos por supuesto que no, seguían estando.

En el colegio, trataron siempre de sentarse cerca y si alguna bruja desalmada detectaba ese vínculo invisible y trataba de romperlo cambiándolos de lugar ellos reincidían hasta el castigo o compensaban el tiempo perdido alargando el recreo o en largas charlas en el camino de regreso. El tiempo mejor invertido, se pasaba siempre con los amigos. Había otros con buena onda con ellos, del barrio, del colegio o de la tribuna, pero iban y venían, o compartían solo un aspecto de sus vidas, ninguno era el amigo con el que se paraban codo a codo en el para avalanchas tomando el trapo Celeste, y al mismo tiempo era el que le prestaba un hombro para sacar un ejercicio de matemáticas rebelde o hacerle la pata con la amiga fea de la potra del 4to C.

Iban a entrar a la facultad a la misma carrera, sabían que se recibirían los tres y luego, en sociedad armarían una vida juntos, inseparables: Lunes a Viernes laburando, sábado a la tarde a ver al Celeste y Sábado a la noche, joda hasta el amanecer. Se pondrían de novios los tres mas o menos al mismo tiempo y luego, casados serían los padrinos de los hijos en forma cruzada para que el lazo fuera indisoluble.

¿Qué es la amistad?, le preguntaron una vez a Raúl, y Raúl, con solo quince años de edad respondió: “Amistad es darle a un amigo todo, incluso lo que mas querés en la vida.” y Raúl no lo declamaba, lo practicaba. En cancha de Huracán, el día de los penales un jugador Celeste lanzó su camiseta al aire y la misma cayó justo delante de Raúl y de Luis, tomando ambos uno de cada extremo la misma. El deseo y el instinto los hizo tironear por un instante, sin embargo Raúl vio en los ojos de su amigo, que había perdido a su madre un par de meses atrás, un loco deseo de poseer ese trofeo y simplemente soltó la parte que sostenía dejando el mismo en poder de Luis, no sin sentir un hondo sufrimiento por la pérdida pero gratificado por poder mitigar, en parte, el dolor eterno que aquejaba a su amigo.

Cada vez que iba a la casa de Luis, veía el trofeo en la pared y envidiaba el mismo secretamente sin embargo nunca se arrepentía de haber hecho lo que hizo.Los planes de Facultad fueron viento en popa, ingresaron en el curso y los tres tuvieron buenas calificaciones, todo iba bien en su proyecto menos las locuras del país donde les tocaba vivir. El viejo de Raúl, un ingeniero químico que trabajaba como investigador en el Estado se quedó sin trabajo de la noche a la mañana. Las salidas comenzaron a ser mas esporádicas pues el amigo no tenía dinero y para ir a la cancha lo bancaban entre Luis y Horacio.

“Todo va a salir bien” decía el siempre optimista Horacio.Dos semanas atrás vino la terrible noticia. “Mi viejo decidió probar suerte en España”, acá no tenemos como vivir, si casi ni para morfar tenemos”. Yo le puedo decir al mi viejo que le diga a su jefe si le consigue algo, dijo Horacio, casi de compromiso, sabiendo que en una librería mayorista, donde su padre era empleado, no había demasiadas posibilidades de trabajo para un Ingeniero Químico. Luis, que casi no había hablado tras la noticia se limitó a preguntar “¿Cuándo se van?, , dentro de dos domingos respondió Raúl y ya no pudieron seguir hablando del tema.

Durante dos semanas hicieron una vida casi normal, Raúl siguió yendo a la Facultad con sus amigos, pese a saber que no podría seguir esa carrera, estudió a la par de ellos e incluso les ayudó a preparar un examen parcial, pasaron largas horas criticando al técnico de Temperley de turno, opinando sobre las bondades físicas de cada una de las vecinas del barrio y compartieron salidas alocadas y delirantes. Hicieron todo lo de siempre, menos hablar del futuro. El último viernes fue Luis el que sacó el tema. Muchachos, es el último día y nada puede salir mal, planifiquemos un día perfecto. Y vaya si lo fue. Se levantaron bien temprano y entre los otros dos ayudaron a Horacio para que termine rápido en su changa de repartir unas revistas para la Iglesia en la que profesaba su fe, luego, sobre al mediodía comieron el choripan en el lugar de siempre y fueron para el Beranger. Subieron a la tribuna 9 de Julio y antes de eso, colgaron la bandera que entre los tres habían pintado “Los Amigos del Cele” decía y tenía en vivos colores pintada la cara del personaje de historieta favorito.

Alentaron todo el partido, gritaron el gol a voz en cuello y sufrieron el empate pero se rompieron las manos al final, saludando la salida del equipo. Luis y Horacio no pudieron evitar ver la mirada vidriosa de Raúl cuando el último jugador Celeste se ocultaba dentro del túnel.Tras el partido fueron al buffet del club y comentaron cada detalle del partido con otros hinchas, coincidiendo y discutiendo por todo lo que había pasado. Regresaron a sus departamentos y tras un breve baño, salieron nuevamente juntos a la Pizzería del barrio. Allí se juntaron con otros amigos y mataron el tiempo contando anécdotas de todos los colores. Fueron a bailar al lugar de siempre, conocieron chicas, transaron y rápidamente se olvidaron de ellas, no era día para compromisos prolongados. Finalmente, terminaron la noche en el bar de siempre tomando Fernet y relatando con detalles reales y exagerados cada una de las experiencias vividas. La rutina era compartir un remise hasta el edificio, por cuestiones de seguridad, pero esa noche, para prolongar la misma decidieron volver caminando para seguir los tres juntos, el mayor tiempo posible. Sin embargo las palabras ya no salieron.

Caminaron las quince cuadras en silencio, hombro con hombro cabizbajos. Encararon la última recta y cuando a lo lejos ya veían el auto estacionado en frente del edificio donde el padre de Raúl cargaba unas valijas, Luis se detuvo en seco.Bueno, dijo con un nudo en la garganta, “creo que nos tenemos que despedir aquí”. Raúl levantó la vista y le costó sostener la mirada de sus amigos. De entre sus ropas Luis sacó un paquete envuelto en papel madera visiblemente arrugado. “Tomá Raúl, esto es para vos”. Con manos temblorosas Raúl desató el paquete dejando a la vista una camiseta algo desteñida Celeste con vivos blancos y un raro firulete azul en los hombros. “Es la de la final del ‘82” dijo Raúl permaneciendo boquiabierto. Tenela vos Tigre, cuando nos veamos de nuevo me la devolvés.

Sin falsas vergüenzas ni pruritos, los tres amigos lloraron abrazados durante largos minutos, tras ello todavía abrazados fueron lentamente caminando hasta el auto en marcha que esperaba a uno de ellos.Tiempo después, y para fortuna, descubrieron que los verdaderos sentimientos no se enfrían ni se pierden por mas distancia que separe a las personas que los experimentan. Mucho tiempo después, Luis, Horacio y Raúl volvieron a ir juntos a la cancha y a tomar una copa con Fernet mezclado con alguna otra cosa, planificando un futuro siempre mejor que el presente que les tocaba vivir

Penales - Sueño (cumplido) de una noche de verano - de Marcelo González

“La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla”
Vivir para Contarla”
Gabriel García Márquez

Fueron 26, y si hoy después de 20 años me decís que tengo que pasar por lo mismo, te digo que no, que me dejes de hinchar las pelotas, y que me muero y que no lo voy a poder aguantar y vaya a saber cuantas cosas más...Era Diciembre del ’82, empezó un 21, terminó un 22 y fueron 26, ponéte cómodo y escuchá...

1Porté

Ese Porté..., nos volvió locos, el gol y las corridas que nos metió durante todo el partido cuando ni parecía que teníamos dos hombres de más.
Después del partido de ida estaban muertos, eran un grupito de “bohemios” que se habían llegado hasta el Ducó por si las moscas como hubiera dicho el general.
Gol, 1 a 0 Atlanta.

2 Del Ducca

Segundo penal, se pateaban en el arco donde estábamos nosotros.
La de gente de Temperley que había...mirá que hay que llenar esa tribuna, eh..., que se yo, Boca o River andando bién, pero el Cele...estábamos todos, y estoy hablando de la tribuna...
La platea...?, casi todos de los nuestros, mis viejos también, los dos, la abuela en casa, pegada a la radio, como siempre, para después discutir cualquier jugada como si hubiera estado pegada al alambre...
Adentro, 1 a 1.

3Raffaelli

El “simpático” marcador de punta ex River parecía que no se iba a equivocar, por lo menos esta noche; gol y 2 a 1.

4Spataro

Y cómo el “Tano”, justo él, no lo iba a meter...
El preceptor del Industrial de Temperley, como me rompía las pelotas un compañero de tribuna cada vez que la pelota pasaba por sus pies y ya a esa altura de la noche, imagináte lo que me podía importar a mí de la vida particular del Tano. Mientras lo metiera, podría haber sido celador hasta del Comercial de Adrogué, que a mí me daba exactamente lo mismo...siempre que fuera adentro, reitero.
Como una video instalada en mi cabeza se me apareció el maldito fantasma del penal contra Gimnasia en la cancha del “Pincha”, cuando el Tano por poco parte el travesaño.
Fue un instante, nada más.
Fuerte, abajo y a la derecha..., el arquero para el otro lado, 2 a 2.

5 Bianchini

Y como no podía ser de otra manera, empezamos con las cábalas; que vos ponéte aca, que el gorrito guardálo, que date vuelta y la reputa madre que te parió..., al medio del arco, 3 a 2.
También el Mudo Cassé había empezado a improvisar “maleficios”, sin éxito..., por ahora.

6 Dabrowski

Flaco..., faltaba un rato para que nos dieras una de las alegrías mas grandes de nuestras vidas...
Contra todo y contra todos...
Guillermo Nimo sin ir mas lejos, quien, esa noche, hasta tenía una bandera con dedicatoria en el alambrado...
Nimo compadre...que shic, shic para Chacarita y pasamos nosotros, el día que el Pacha le salvó la vida a Aníbal Hay en la cancha de Argentinos Juniors...; eso sí que es tener huevos...
Y sigo con Nimo compadre..., que shic, shic para Gimnasia y allá, en La Plata, en la cancha del Pincha y también por penales, pasamos nosotros.
Y ahora Atlanta, y Nimo compadre..., que shic, shic para Atlanta...
Parsechián a la derecha, la pelota despacito a la izquierda, 3 a 3.

7 Latreite

Y no había sido tan fácil llegar hasta las finales; todo había empezado con Juan Carlos Merlo como DT, el armado del equipo, despues la llegada del “Pacha” y clasificarnos cagando con aquel “empate” en Morón, te acordás...?
Ellos con el empate zafaban del descenso y nosotros nos metíamos en el reducido.
Te acordás del partido entre Alemania y Austria en el Mundial de España para dejar afuera a Argelia...?, bueno, parecido..., al que pasaba el medio en busca del arco contrario, los otros 21 lo miraban como para comérselo...
El Mudo que le hace una caricia a la pelota antes de la ejecución a ver si la suerte se pone de nuestro lado...casi, casi, le entra mordida Latreite y Cassé que la alcanza a tocar, pero... no alcanza, se le escapa, 4 a 3.

8 Scotta

Tola querido..., a donde estés, que te lleguen las gracias de todos los celestes, todos nosotros que te aprendimos a querer, por supuesto que más allá de los goles y de este penal a la izquierda de un arquero que fue para el otro lado, 4 a 4.

9 Parsechián

Arquero contra arquero.
Allá por la década del 70 este Parsechián jugó para nosotros, dije en voz alta.
Este sabe de patear penales, agregó Darío a mi izquierda y tuvo razón.
El Mudo para un lado, la pelota para el otro..., 5 a 4.

10 Piris

El segundo de la noche para Juan Carlos Piris.
Ya se había errado uno en el partido pero éste era mucho mas definitorio, si no lo metía, a otra cosa, ganaban ellos.
Lo’bohe...lo’bohe...vamo’lo’bohe..., cantaban ahí enfrente...y no eran ni la mitad de nosotros, que mitad, ni la cuarta parte...si venían al partido revancha como re punto, y ni te digo después, cuando se quedaron con ocho hombres...y ahora, mirá vos, estaban a un paso...
El penal..., ahí va, suave para un lado, Parsechián para el otro, gol, 5 a 5

11 Hrabina

Lo tiene que errar me rompía las bolas el mismo que había tenido al Tano Spataro de preceptor en el Industrial.
Lo tiene que errar...lo tiene que errar...repetía como rezando y por un momento pensé que Dios lo iba a escuchar...
Las pelotas...y la pelota adentro.
Porque carajo no te callás la boca...
Fuerte y arriba, nada que hacer, 6 a 5.

12 Aguilar

No lo podíamos creer, me acuerdo también que durante el partido, en medio del “frío” que nos había agarrado, alguno, de los que nunca falta, después del penal de Piris, insinuó como que no se quería ascender.
Había otro, no me acuerdo si no era el “Tano”, recorriendo la tribuna del desconsuelo gritando, pidiendo, ordenando que cantáramos y que después veríamos, pero ahora había que cantar..., y seguir sufriendo.
A la derecha del arquero, 6 a 6.

13 Olmedo

Y con los años me vengo a enterar que el Negro Hofer, me lo contó él, no estaba en la cancha, se moría por estar pero...por esas cosas de Temperley, que los comentarios y que la mar en coche, se calentó y se quedó, debajo de un árbol con la radio a tres cuadras del Beranger, adonde llegaría primero con los festejos y las puteadas a varios a quienes no quiso nombrar ni con el grabador apagado.
La pelota al palo derecho del arquero..., ahí fue el Mudo y otra vez, otra vez que se le escapa por muy poco, 7 a 6.

14 Lacava Shell...gol

Donde estarían mis compañeros celestes de hoy en aquella noche....
El Pelado Raúl, uruguayo como Lacava, el gordo Greco, Dani, Julito, el Tano Floreal, la Gorda, Carlitos, quién seguramente le habrá preguntado a alguien si yendo para Huracán no había peligro de cruzarse por la empedrada Pavón o la avenida Velez Sarsfield con la hinchada del Galatasaray de Turquía o la del Steaua Bucarest...
Que sea, que sea, que sea..., como dice Victor Hugo. Gol y 7 a 7.

15 Jhones

Fuerte y al medio, adivinó otra vez el Mudo, casi la saca, pero... el pelotazo le venció las manos, y el “casi” en estos casos no sirve de nada, gol y 8 a 7.

16 Issa

Era el turno del capitán celeste. El carilindo del equipo eligió el palo derecho del arquero y también hacia allí fue Parsechián...tarde, la pelota ya estaba adentro. 8 a 8.

17 Porté

Este de nuevo...
En alguna se nos tiene que dar, y lo digo porque el Mudo seguía adivinando, cerquita de sacar uno, al menos uno, para que después alguno de sus compañeros hiciera el resto o sea, ni mas ni menos que darnos el ascenso...; rasante al palo derecho, y como te decía el Mudo para el mismo lado pero la estirada no alcanzó. 9 a 8.

18 Villalba

A esta altura de la noche vos mirabas a los costados y había gente que se daba vuelta, otros que rezaban, miles que encendían el cigarrillo con el que estaban por terminar y todos dispuestos a no volver a casa sin ganar esa puta serie de penales que amenazaba durar hasta la Nochebuena.
Mario Gallina preguntando por el jugador celeste encargado del penal 18.
Quedaban sin patear el Mudo y el Paraguayo.
Ahí andaba Bernardo, que sí, que no, que voy, que andá vos...
Fue y lo fusiló. Fuerte a la derecha.9 a 9.

19 Raffaelli

Después que te termine de contar te voy a hacer escuchar las grabaciones de los penales para que veas que no te miento. No te imaginás como se nos escuchaba cantar, nosotros ni nos dábamos cuenta porque estábamos ahí, locos, jugados y con los pelos, que en esa época tenía más, de punta.
Ahora al Mudo se le había dado por dar saltitos ante el ejecutor para ponerlo nervioso, que se yo..., y el referee a decirle que “eso no se hace”.
Aseguró Raffaelli su segundo penal. 10 a 9.

20 Cassé

Ahora sí era el turno del Mudo.
Parsechián tenía experiencia en esto de patear penales pero Cassé...
Como me gustaría poder verlo de nuevo por la tele para ver bien que fue lo que pasó, cómo le pegó el Mudo, mordida, si agarró un pozo, una mata o que se yo...
Siempre fui de los que piensan que Dios debe estar ocupándose de cosas mas importantes que de un ascenso que se define por penales, pero hay excepciones que confirman la regla. Este es el caso.
Se le fue por abajo a Parsechián, gol. 10 a 10.

21Bianchini

A Daniel Remolina por aquella época no lo conocía pero seguramente estaría pensando que el record de una definición por penales era el de Lanus-Platense en el año 1977 cuando para Platense atajaba Miguelucci, que se llamaba Osmar, te acordás...?, y para Lanús, Rubén Sánchez. Aquella noche, en el viejo Gasómetro se patearon 22, pero erraban parejo. Esta noche no se equivocaba nadie.
Como Bianchini, gol y 11 a 10.

22 Del Ducca

Ya estaban todos, ahora Del Ducca de nuevo.
Para este penal ya estaba medio muerto y faltaba mas, todavía faltaba...
Te juro que nos mirábamos con el Guaso, con Darío, el Rúben, los Boffa, sin suponer siquiera que unas horas después íbamos a estar en la pileta del Club, sin revisación previa, festejando el segundo ascenso del Gasolero a Primera, flor de regalo de Navidad.
A la izquierda de Parsechián.11 a 11.

23 Latreite

Che Loco, que hora es...?
La una menos veinticinco pasadas, dijo Claudio Luraghi. Lo miramos en silencio.
Nos va a agarrar la madrugada pateando penales..., ahora te digo una cosa si mañana en los diarios sale que del corazón no se murió nadie, hay que avisarle a Favaloro que si viene a laburar a Temperley, se caga de hambre.
12 a 11.

24 Spataro

No necesito aclararte que mi amigo seguía rompiendo las pelotas con que el Tano había sido su preceptor en el Industrial..., y Darío, sin escucharlo, le decía que el Pacha por radio había dicho que si íbamos a los penales ganábamos nosotros.
Lo importante. Fuerte abajo, el arquero que no llega ni a palos. 12 a 12.

25 Hrabina

Mudo querido, te besamos las manos desde Alcorta y Luna hasta Pasco y Brown..., las mismas manos con las que lo aplaudías al “Ruso” para ponerlo nervioso antes de la ejecución del penal número trece para Atlanta, como habría dicho mi amigo Julito Barbieri.
La pelota iba para ese lado y para ese lado iba el brazo estirado del Mudo Cassé que se metía en la historia grande y el corazón de cada uno de los miles de gasoleros que supimos en ese preciso instante que era ahora o nunca...
Estábamos 12 a 12 y ya suelto de los abrazos de media tribuna, miro la cancha y lo veo al Flaco Dabrowski venir con paso firme al punto del penal, en busca de la gloria.

26 Dabrowski

Y fue gol, el 13 nuestro fue gol, y fue 13 a 12 y fue el acabóse..., así, con versito y todo...
Postales de esa noche de Huracán y madrugada de cielo más que celeste para los celestes, en Parque Patricios o en donde fuera; sé que estuve adentro del campo de juego, que no me acuerdo como entré, que era como la una de la mañana, que lo tuve al Hugo Issa sobre los hombros, que no me conseguí ni una media pero sí un poco de pasto y un pedazo de la red, que tuve que dar la vuelta olímpica reducida porque lo´bohe nos tiraban piedras...; y ...
Y nada más..., ni nada menos...
Ya era 22 de Diciembre y a los tiros ...penales estábamos de vuelta en Primera.
Marcelo González
Diciembre del 2002

La Aparición - de Caño Celeste

Fue el sábado 18 de abril de 1992. ¡Cómo olvidarme de esa fecha si fue el día en el cual volví a vivir y recuperé la esperanza!
Me gustaba caminar en otoño por Temperley y ese día no fue la excepción, el lejano aroma a las fogatas de las esquinas, el crujir de las hojas secas de los paraísos, la sonrisa amable de cada vecino que nos reconocía, el silencio de la hora de la siesta, todo era placentero, o al menos casi todo. Cuando cruzaba el bajo nivel hacia el Oeste, en lugar de seguir derecho por 9 de Julio, siempre doblaba hacia la derecha. Incluso cuando el camino mas corto hacia mi destino era para el lado de Turdera, daba la vuelta y caminaba algunas cuadras de más. Cualquier otro día de la semana soportaba impasible y casi sin efecto el tan doloroso trayecto, sin embargo me era absolutamente insoportable pasar un sábado a la tarde por delante del Beranger.

Unos meses atrás lo había intentado y el resultado estuvo a punto de enloquecerme. Caminé lentamente y con cuidado, acariciando con la yema de los dedos las rugosas paredes de la tribuna. A medida que me iba acercando a la entrada el nudo en mi garganta iba creciendo. Con la boca seca mis pasos vacilantes se fueron estirando para terminar de pasar mas de prisa. De repente comenzó un rumor en mis oídos, era la Hinchada de Temperley alentando al equipo. El rumor se hizo ovación, miles de voces gritaban en simultáneo como aquellas jornadas gloriosas de Junín o Parque Patricios. ¿Es que habíamos vuelto y yo no me había enterado?. ¡Claro, si era sábado!, ¡Seguro que salió en el Diario y yo no lo leí! Corrí hasta el oxidado portón, me asomé por el estrecho espacio que quedaba entre la chapa y la pared y la realidad me golpeó, el panorama era desolador, tribunas despintadas, yuyos crecidos y un silencio infinito que se clavó en mi pecho como una daga dolorosa y cruel.
Desde ese día nunca mas intenté repetir la experiencia por ello mis caminatas naturalmente buscaban otros rumbos menos riesgosos para con mi estado de ánimo y mi salud mental. Sin embargo el no pasar por delante de la cancha era una mera medida de profilaxis, porque en las charlas con los amigos y en muchas de las cosas de la vida cotidiana El Celeste era una presencia recurrente y dolorosa donde se fundían sentimientos agridulces.
¿Cómo olvidarme de esas delanteras gloriosas y profundas?, con la velocidad de Minitti, la calidad de Dieguez, la potencia de Tarabini, ¿Cómo olvidarme de esos partidos tanto en la victoria como en la derrota donde desatábamos toda nuestra pasión en los tablones de históricos estadios como el de Quilmes, Chicago o Lanús?, ¿Cómo olvidarme de esa tarde de calor en Junín o de la noche eterna de Parque Patricios?, y sobre todo, ¿Cómo olvidarme del Alejo?. ¡El Alejo!
Mi pretendida intelectualidad se ofendía fácilmente cuando algún mortal manifestaba idolatría por una estrellita de cine o teleteatro, si hasta me burlaba con los gritos histéricos de las jovencitas que atronaban frente a sus adorados cantantes. Toda esta apostura hipócrita e impostada se desarmaba cuando con mis amigos evocábamos al Alejo. Los recuerdos y las anécdotas se agolpaban en charlas de vino, nostalgia y recuerdos. Muchas historias relatadas eran ciertas y otras sin dudas de ficción. Luego de repasar entre todos cada una de sus hazañas dentro y fuera de la cancha, mi aporte siempre recurría a una historia que constituía uno de los recuerdos más caros de mi infancia. Yo estaba con mi Viejo, al costado de la Platea luego de un partido y de golpe, casi desde la nada apareció el Alejo todavía vestido de jugador. En mi sorpresa solo pude exclamar con mi voz infantil ¡El Alejo! y el gran Alejo me apoyó su mano en la cabeza y me dijo ¡Que hacés Pibe! y siguió caminando. Que el ídolo me hablara produjo un efecto casi de shock eléctrico y mi Viejo tuvo que tironearme de la mano un par de veces para hacerme reaccionar.
Claro, esas eran las lindas, pero siempre volvían mezcladas con las otras, las que dolían como los descensos, el accidente de Lezama, la muerte absurda del “Negrito” Suárez y alguna otra, Sin embargo nada podía superar el dolor del cierre del club y el hecho de no haber podido ver mas al Celeste dentro de una cancha. Recuerdo que pensaba casi con desesperación ¿podrá ser verdad esto?, ¿nunca mas gritar un gol?, ¿Nunca mas ver el hermoso manto Celeste?. Al principio, cuando comenzó el rumor que la cosa venía muy fea, no quise creer. ¡ Otras veces habían dicho lo mismo y siempre zafamos!, me consolaba. Cuando comenzó el campeonato sin el Celeste, la incredulidad se transformó en bronca y después mutó a un dolor infinito que se materializaba cada sábado a la tarde.
Desde hacía unos meses calmaba la ansiedad caminando por el barrio, sin escuchar la radio ni mucho menos hablar con amigos sobre el tema. Era yo solo con mis recuerdos y vivencias, esos que ningún Juez ni acreedor iban a poder quitarme jamás. Pasé por la escalera del bajo nivel y frente al Colegio del Huerto, decidí nuevamente cruzar la avenida. Me aproximaba a zona peligrosa. Caminé paralelo a la vía alejándome de la 9 de Julio, dándole la espalda pero solo en apariencia. No había mucha gente en la calle porque en pleno otoño y en día sábado para muchos todavía la tradición de la siesta a media tarde era casi una ceremonia religiosa.
En el “Japonés” no había un solo conocido y en la plaza, apenas un par de linyeras se peleaban por una hogaza de pan que habían encontrado en el piso. El tiempo parecía haberse detenido mientras caminaba a paso cansino entre los cañones pateando hojas secas. Casi sin pensarlo ingresé en la Estación, tras las rejas un aburrido boletero se cortaba las uñas con un alicate. Tres o cuatro personas, repartidas en el andén miraban hacia el sur tratando de adivinar entre las vías y el reflejo del sol la blanca silueta del tren eléctrico.
Me senté en el banco del andén mientras veía como otra formación ingresaba desde el norte y se detenía. Al estacionar comencé nuevamente a escuchar un rumor de cancha de fútbol, tuve que hacer un esfuerzo para no hacer el ridículo gesto de poner las manos sobre mis oídos. El rumor se hizo primero voces y luego gritos. Dentro de uno de los vagones unos veinte o treinta muchachones con banderas y camisetas con sus colores cantaban loas a su sentimiento futbolístico. El hermoso himno del fútbol que tantas veces había entonado.
El tren arrancó y los gritos volvieron a ser rumor para luego extinguirse nuevamente en un silencio pesado y doloroso. Ese fue el inicio. Comenzò primero con un no tan sano sentimiento de envidia y rencor, deseando que el equipo de los muchachones tuviera una jornada deportiva aciaga. Luego recapacité, ¡Que cuernos les importa si pierden diez a cero si tienen el privilegio de ver a su equipo en la cancha!, ¡Que les puede hacer una derrota hoy, si el sábado siguiente, en solo siete días tendrán la posibilidad de la revancha!.
La envidia por los hinchas se transformó en auto conmiseración, por mi situación, por no poder ver mas a mi Gasolero Querido, por no poder ir mas con mis amigos a la cancha a disfrutar de un hermoso sábado de fútbol. Sin pensarlo saqué mi billetera y extraje el carnet. Era de los de cuero, con la foto oval de un chico de 14 años con los ojos llenos de ilusión que me miraba. Mientras dudaba entre arrojarlo a las vías o quemarlo en casa, mi sentimiento nuevamente cambió.
De golpe todo era bronca y rencor hacia aquellos que, de alguna manera, cooperaron para que el Celeste no exista mas. Insulté mentalmente con los peores epítetos a dirigentes, jugadores, acreedores, funcionarios, jueces y síndicos. Sabía que no todos habían sido culpables en forma directa, sin embargo mi odio era intenso e indiscriminado. En ese momento no tenía la más mínima voluntad de ser ecuánime. Sin darme cuenta me puse de pie. Tenía ganas de pelearme. Apreté los puños y cerré los ojos con fuerza. Una lágrima de bronca corrió por mi mejilla.

Abrí los ojos y todo era distinto. El Andén elevado, nuevamente era bajo, casi al ras de la vía, miré extrañado hacia fuera y llamativamente en lugar de “Andén 2”, decía “Andén 4” por el altoparlante se anunciaba un Tren general con muchas combinaciones y quien lo hacía era el guarda con veleidades de locutor que alargaba musicalmente las vocales al final de cada localidad. Sonó la campana y una humeante máquina diesel se detuvo frente a mi. ¡Parando en todas hasta Plaza! gritó el guarda mientras con un trapo verde, le hacía señas al maquinista para que arranque. Muy lentamente primero, tomando luego velocidad el tren se alejó en dirección norte. Cerré los ojos y los volví a abrir, no podía creer lo que veía y escuchaba.

Incluso mi perspectiva era distinta, estaba como mas abajo, apenas un metro veinte por encima del piso. Miré y en lugar de ver mis zapatos cuidadosamente lustrados, tenía puestas mis “Pampero” azules, esas con el eterno agujerito en la punta de tanto patear pelotas, piedras y otras cosas. Mis manos mostraban lozanía y los surcos y las venas marcadas por el tiempo, habían desaparecido. Apenas pude exclamar ¿Cómo? Cuando vi que una figura salía desde adentro de la nube de humo que había dejado la máquina se acercaba hacia mi y ya no pude respirar mas.

Pelo rubio, casi anaranjado, largo y un poco desaliñado, mirada firme casi de hielo, la boca en un permanente rictus burlón, como si se estuviera cagando de la risa de todo lo que lo rodeaba, la camiseta era la Celeste clarito, la de los botones, el pantalón negro y las medias, también negras. El andar con las piernas flaquitas y algo chuecas era inconfundible. ¡El Alejo!. Caminó hacia mi y como lo hiciera veinticinco años atrás me puso la mano en la cabeza y me dijo ¡Que hacés pibe!
Nuevamente quedé inmóvil sin atinar a nada. Siguió caminando dándome la espalda. Tenía la camiseta, en la parte de atrás algo salida del pantalón y una de sus medias la llevaba caída. De golpe, se detuvo, giró la cabeza y me guiñó un ojo. -¡Tranquilo pibe, el Cele va a volver!. Siguió caminando hasta perderse en la misma nube que había aparecido. Volví a sentarme en el banco y permanecí mucho tiempo sin poder moverme.
Tras la sorpresa volví nuevamente al presente. El tren eléctrico se alejaba raudamente de la estación y una voz metálica e impersonal anunciaba la pronta llegada de otro tren. Sin embargo la dura realidad ahora tenía otro tono completamente distinto. Toda la frustración había desaparecido y me invadió una extraña euforia que, llamativamente, no se apoyaba en nada material y concreto, su fundamento eran los recuerdos y las vivencias a flor de piel que me habían marcado como muy pocas cosas en la vida.
En ese momento, tomé conciencia que mi sentimiento multiplicado por el de las miles de personas que lo compartían, hacían que el Celeste no estuviera muerto ni mucho menos. Por el contrario, mi Gasolero, mi Temperley estaba mas vivo que nunca.
Caminando a un paso algo más vivo que a la ida salí de la estación cantando bajito y parafraseando al Alejo de mis sueños el himno que después fuera el leit motive en las marchas, los cuadrangulares y los partidos del Celeste. - ¡Ooh, el Cele va a volver, va a volver, va a volver, el Cele va a volver!.
Crucé la calle cantando y los linyeras, que seguían discutiendo, se pararon a mirarme. Sin pensarlo comenzaron a imitar mi canto. Éramos tres tipos entonando la canción del Celeste en el medio de la plaza. Poco a poco se fueron sumando, primero dos que estaban esperando el colectivo, luego una pareja que estaba sentada en el banco de la plaza, mas tarde cuatro o cinco que salieron del “Japonés”. De pronto, en medio de la plaza de Temperley éramos veinte locos, gritando a voz en cuello. ¡El Cele va a volver!.
Pese a todo, para mi en ese momento mágico e irrepetible no había ninguna duda que el Celeste no iba a volver, porque nunca se había ido.