miércoles, 14 de junio de 2006

¿Que es la Amistad? - de Caño Celeste

Cinco de la mañana, la bruma matinal se mezclaba con los vapores mal olientes que emanaban de las alcantarillas y vaya a saber en que desagüe industrial tenía su origen. Los tres muchachos vuelven del boliche, cabizbajos, cansados y porque no decirlos mareados de tanta música al taco y fernet rebajado con lo que fuera. Viven en el mismo edificio, y casi se puede decir que son hermanos pues visten del mismo modo, utilizan al caminar la misma cadencia y hasta el corte de pelo es de la misma peluquería, sin embargo no tienen parentesco familiar alguno.

Llevan juntos muchos años, desde que Horacio se mudó al edificio pero al que ya conocían de la cancha. Luis y Raúl ya eran amigos del alma desde el mismo jardín de infantes y ambos, al conocer al flaco Horacio, en el cuarto grado de la primaria, supieron que también con él serían inseparables por el resto de sus vidas, o al menos eso pensaron.

Vivieron todas juntos, las buenas como la locura en cancha de Huracán el día de los penales y el Mudo Cassé, hasta las amarguras como la muerte repentina de la vieja de Luis o la separación de los viejos de Horacio. Se bancaron uno al otro en las malas, se sostuvieron y se apoyaron. Ninguno de los tres tenía la suficiente labia como para definir con propias palabras lo que significaba la palabra “amigo”, sin embargo cuando una vez Horacio debió responderle a una minita que le preguntaba si la quería, la respuesta fue espontánea, “sos buena piba, y con el tiempo quizás te quiera, pero yo en realidad quiero a mis viejos y por sobre todo quiero a mis amigos, con los que puedo contar siempre y en cualquier circunstancia.” Esa piba, con el tiempo pasó, los amigos por supuesto que no, seguían estando.

En el colegio, trataron siempre de sentarse cerca y si alguna bruja desalmada detectaba ese vínculo invisible y trataba de romperlo cambiándolos de lugar ellos reincidían hasta el castigo o compensaban el tiempo perdido alargando el recreo o en largas charlas en el camino de regreso. El tiempo mejor invertido, se pasaba siempre con los amigos. Había otros con buena onda con ellos, del barrio, del colegio o de la tribuna, pero iban y venían, o compartían solo un aspecto de sus vidas, ninguno era el amigo con el que se paraban codo a codo en el para avalanchas tomando el trapo Celeste, y al mismo tiempo era el que le prestaba un hombro para sacar un ejercicio de matemáticas rebelde o hacerle la pata con la amiga fea de la potra del 4to C.

Iban a entrar a la facultad a la misma carrera, sabían que se recibirían los tres y luego, en sociedad armarían una vida juntos, inseparables: Lunes a Viernes laburando, sábado a la tarde a ver al Celeste y Sábado a la noche, joda hasta el amanecer. Se pondrían de novios los tres mas o menos al mismo tiempo y luego, casados serían los padrinos de los hijos en forma cruzada para que el lazo fuera indisoluble.

¿Qué es la amistad?, le preguntaron una vez a Raúl, y Raúl, con solo quince años de edad respondió: “Amistad es darle a un amigo todo, incluso lo que mas querés en la vida.” y Raúl no lo declamaba, lo practicaba. En cancha de Huracán, el día de los penales un jugador Celeste lanzó su camiseta al aire y la misma cayó justo delante de Raúl y de Luis, tomando ambos uno de cada extremo la misma. El deseo y el instinto los hizo tironear por un instante, sin embargo Raúl vio en los ojos de su amigo, que había perdido a su madre un par de meses atrás, un loco deseo de poseer ese trofeo y simplemente soltó la parte que sostenía dejando el mismo en poder de Luis, no sin sentir un hondo sufrimiento por la pérdida pero gratificado por poder mitigar, en parte, el dolor eterno que aquejaba a su amigo.

Cada vez que iba a la casa de Luis, veía el trofeo en la pared y envidiaba el mismo secretamente sin embargo nunca se arrepentía de haber hecho lo que hizo.Los planes de Facultad fueron viento en popa, ingresaron en el curso y los tres tuvieron buenas calificaciones, todo iba bien en su proyecto menos las locuras del país donde les tocaba vivir. El viejo de Raúl, un ingeniero químico que trabajaba como investigador en el Estado se quedó sin trabajo de la noche a la mañana. Las salidas comenzaron a ser mas esporádicas pues el amigo no tenía dinero y para ir a la cancha lo bancaban entre Luis y Horacio.

“Todo va a salir bien” decía el siempre optimista Horacio.Dos semanas atrás vino la terrible noticia. “Mi viejo decidió probar suerte en España”, acá no tenemos como vivir, si casi ni para morfar tenemos”. Yo le puedo decir al mi viejo que le diga a su jefe si le consigue algo, dijo Horacio, casi de compromiso, sabiendo que en una librería mayorista, donde su padre era empleado, no había demasiadas posibilidades de trabajo para un Ingeniero Químico. Luis, que casi no había hablado tras la noticia se limitó a preguntar “¿Cuándo se van?, , dentro de dos domingos respondió Raúl y ya no pudieron seguir hablando del tema.

Durante dos semanas hicieron una vida casi normal, Raúl siguió yendo a la Facultad con sus amigos, pese a saber que no podría seguir esa carrera, estudió a la par de ellos e incluso les ayudó a preparar un examen parcial, pasaron largas horas criticando al técnico de Temperley de turno, opinando sobre las bondades físicas de cada una de las vecinas del barrio y compartieron salidas alocadas y delirantes. Hicieron todo lo de siempre, menos hablar del futuro. El último viernes fue Luis el que sacó el tema. Muchachos, es el último día y nada puede salir mal, planifiquemos un día perfecto. Y vaya si lo fue. Se levantaron bien temprano y entre los otros dos ayudaron a Horacio para que termine rápido en su changa de repartir unas revistas para la Iglesia en la que profesaba su fe, luego, sobre al mediodía comieron el choripan en el lugar de siempre y fueron para el Beranger. Subieron a la tribuna 9 de Julio y antes de eso, colgaron la bandera que entre los tres habían pintado “Los Amigos del Cele” decía y tenía en vivos colores pintada la cara del personaje de historieta favorito.

Alentaron todo el partido, gritaron el gol a voz en cuello y sufrieron el empate pero se rompieron las manos al final, saludando la salida del equipo. Luis y Horacio no pudieron evitar ver la mirada vidriosa de Raúl cuando el último jugador Celeste se ocultaba dentro del túnel.Tras el partido fueron al buffet del club y comentaron cada detalle del partido con otros hinchas, coincidiendo y discutiendo por todo lo que había pasado. Regresaron a sus departamentos y tras un breve baño, salieron nuevamente juntos a la Pizzería del barrio. Allí se juntaron con otros amigos y mataron el tiempo contando anécdotas de todos los colores. Fueron a bailar al lugar de siempre, conocieron chicas, transaron y rápidamente se olvidaron de ellas, no era día para compromisos prolongados. Finalmente, terminaron la noche en el bar de siempre tomando Fernet y relatando con detalles reales y exagerados cada una de las experiencias vividas. La rutina era compartir un remise hasta el edificio, por cuestiones de seguridad, pero esa noche, para prolongar la misma decidieron volver caminando para seguir los tres juntos, el mayor tiempo posible. Sin embargo las palabras ya no salieron.

Caminaron las quince cuadras en silencio, hombro con hombro cabizbajos. Encararon la última recta y cuando a lo lejos ya veían el auto estacionado en frente del edificio donde el padre de Raúl cargaba unas valijas, Luis se detuvo en seco.Bueno, dijo con un nudo en la garganta, “creo que nos tenemos que despedir aquí”. Raúl levantó la vista y le costó sostener la mirada de sus amigos. De entre sus ropas Luis sacó un paquete envuelto en papel madera visiblemente arrugado. “Tomá Raúl, esto es para vos”. Con manos temblorosas Raúl desató el paquete dejando a la vista una camiseta algo desteñida Celeste con vivos blancos y un raro firulete azul en los hombros. “Es la de la final del ‘82” dijo Raúl permaneciendo boquiabierto. Tenela vos Tigre, cuando nos veamos de nuevo me la devolvés.

Sin falsas vergüenzas ni pruritos, los tres amigos lloraron abrazados durante largos minutos, tras ello todavía abrazados fueron lentamente caminando hasta el auto en marcha que esperaba a uno de ellos.Tiempo después, y para fortuna, descubrieron que los verdaderos sentimientos no se enfrían ni se pierden por mas distancia que separe a las personas que los experimentan. Mucho tiempo después, Luis, Horacio y Raúl volvieron a ir juntos a la cancha y a tomar una copa con Fernet mezclado con alguna otra cosa, planificando un futuro siempre mejor que el presente que les tocaba vivir

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