Recuerdo que mi viejo tiraba la bronca contra Aróstegui, porque "transmitía todos los partidos igual". Eran los años cincuenta -antes del memorable desastre del Mundial de Suecia del '58- y todavía no habíamos llegado a la fiebre analítica y descriptiva que nos invadiría poco después.
Por entonces, don Alfredo Aróstegui, "el relator olímpico", intercalaba algunos nombres propios entre un sinfín de frases hechas en las cuales recuerdo con especial afecto la que decía, antes de un saque lateral, "será encargado de ponerla otra vez en movimiento el jugadorr..." y ahí nombraba al "jas" correspondiente, ya que eran casi invariablemente ellos, cuando todavía no aspiraban a marcadores de punta, los encargados de esos menesteres.
Por entonces -"Quién es El Esférico, papá?", pregunté luego de oír por enésima vez que tal individuo "salía del campo de juego"- los relatores más notorios eran cuatro: Fioravanti; Veiga; el consabido Relator Olímpico, sistemáticamente deformado en "Aróstigue" por los analfas que proliferaban líricamente en los campos de juego; y le pintoresco uruguayo Lalo Pelicciari, autor de "tranquilo muchachos", "alto fuera" y el finalísimo "esto se acaba, señores".
Pero los orientales -Solé, Heber Pinto y tantos otros que no recuerdo- merecen un laburo descriptivo aparte porque son excepcionalmente gráficos, deslenguados, espontáneos, arrebatados hasta para crear una metáfora más desaforada sobre la marcha para manifestar un sentimiento que los supera.
Recuerdo, de pasada, cuando describiendo una jornada gloriosa de "la celeste", sobre los últimos minutos tomó la pelota en medio campo el "verdugo" Pedro Virgilio Rocha y el relator dijo poco más o menos que esto: "Avanza Uruguay, la lleva Rocha; la pelota al pie, la vista al frente, melena al viento... ¡Parece Artigas!..." Y seguramente habrá infinitas anécdotas superiores o ejemplos de una hipérbole aún mayor.
Ese nunca fue el rasgo propio de nuestros relatores. El caso Muñoz va por otros carriles, expansivos, sí, pero de otra índole y en diferente dirección. En aquellos años, el maestro Fioravanti -así reconocido por todos, al menos formalmente- hilvanaba con elegancia los términos de una descripción del juego en que, mientras inauguraba ciertas muletillas que con el tiempo se han vuelto inaceptables: "saltan varios hombres", "entrega la pelota a un compañero", "hay una serie de rebotes" y otras serie de vaguedades no atribuibles a la lentitud expresiva sino a otro criterio, menos pormenorizado pero ortodoxa y literariamente narrativo, que hacía lugar a la expresión florida y la metáfora sutil. Y para este lado queremos rumbear.
Góngora en los relatos
Las vertientes de Fioravanti fueron varias. Voy a dar dos ejemplos por los que puedo ser desmentido, pues no soy un erudito en la materia, pero cuya representatividad es innegable: el hallazgo de "el cancerbero" y la mágica invención de la "nube de fotógrafos". Dos líneas poéticas en el arsenal metafórico del maestro.El clasicismo renacentista que con Dante introduce la mitología en el "Inferno" y, dentro de ella, al Can Cerbero, perro descomunal de tres cabezas, custodio feroz de las puertas insalvables al extraño, por una insólita traslación se introdujo en el repertorio expresivo de un vate rioplatense y futbolero que buscó en el momento la idea que expresase el fervor defensivo de Pancho Lombardo, el vasco Echegaray o cualquier otro implacable marcador.
Lo de la metáfora o figura que asoció el numeroso grupo de fotógrafos al fenómeno trivial y meteorológico es de más fácil explicación: desde lo alto, en la cabina de transmisión, las huestes de reporteros gráficos -eufemismo josemariano- suelen evocar, frente a las clásicas formaciones de hincados y de pie, globosas figuras de nimbus, cirrus y cúmulus. El innegable hallazgo expresivo, sin embargo cristalizó rápidamente en un tropo retórico y socorrido a la manera de nieve/piel, perla/dientes gongorinos y se ha convertido en un pecado de lesa comunicación para los profesionales del relato.Juntó a los "miles de pañuelos blancos que emergen de las tribunas -o de los cuatro costados del campo- saludando la victoria del equipo tal", caer en su mención es sólo equiparable en bostezo mental a los "siniestros de proporciones" y a los funcionarios que "hacen uso de la palabra" y demás torpeza rotuladas por la agencias. Sin embargo, la riqueza de las imágenes de la jerga futbolera linda con el despilfarro. Y fue, sin duda, el período de mayor desorientación táctico-técnica-dirigente, que sucedió al descripto, el que entregó los mejores momentos en cuanto a hallazgos gráficos y analogías curiosas. Y no es difícil decir por qué: en la crítica y el comentario de fútbol había irrumpido la ironía.
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