viernes, 15 de septiembre de 2006

Ceremonia de Caño Celeste


La secuencia de acontecimientos, eran casi una ceremonia., claro que ahora realizados a una velocidad mucho menos vertiginosa que sesenta años atrás. Se levantaba temprano cuando apenas despuntaba la primera luz del día, tratando de no hacer ningún ruido para no despertar al resto de la familia. Se vestía con la ropa que ya la noche anterior había preparado. El frió invernal le caló hasta los huesos, pero sin embargo, no le importó. Caminó con pasos cortos y lentos con las solapas levantadas y las manos bien enterradas en los bolsillos. La sonrisa amable de la panadera lo recibió en un ambiente cálido y agradable. Pocas cosas le agradaban mas que el aroma al pan recién horneado, la escenografía era la misma de siempre, recordaba al padre de la panadera, a la misma mujer cincuentona que hoy lo estaba atendiendo, correteando con ocho o nueve años de edad, entre las bolsas de legumbres al granel. Llevó como siempre, un cuarto de miñones y un cuarto de “cuernitos”. Antes llevaba los biscochitos de grasa, pero el doctor, ya se los había prohibido un tiempo atrás.

De regreso a su casa, pasó por el Kiosco y compró el diario. Su jubilación apenas si le permitía hacerlo los sábados y domingos. Se lo puso bajo el brazo, entró en su pequeña morada y enfiló para la cocina. Como siempre, su mujer lo había escuchado y la pava ya humeaba sobre la vieja hornalla de hierro. Tomaron mate en silencio, mientras leía las últimas novedades del equipo. “A muchos de estos no los conozco”, pensó, pero no le dio mayor importancia. Tras el mate, trabajó unas horas en el jardín, le gustaba remover los yuyos que en forma insistente, crecían en medio de sus adoradas flores, todas de color Celeste. Cada tanto debía incorporarse pues no toleraba el dolor de espalda. Pero siguió sin detenerse, casi hasta el mediodía. “quien iba a hacerlo, si no lo hago yo?”, pensaba.

Tomó una de las flores, la más llamativa de todas, y se la colocó en el ojal del saco, junto al escudito de Temperley y sobre su corazón, como hacía en todos los días de partido. El rico aroma de la salsa ya se dejaba sentir desde la cocina. Caminando lentamente fue hacia allí y comió muy liviano. Su “viejita” ya le había preparado la gorra, el sobretodo y el viejo carnet. Lo abrió con manos temblorosas, “Vitalicio” decía y una cara juvenil, sin arrugas, en blanco y negro y con una expresión llena de esperanza, lo miraba. Mucho había pasado, cosas buenas, cosas malas, en la vida, en la familia, en el Club. Así es la vida pensó.

Caminó las cinco cuadras, a su ritmo. Faltaba todavía mas de dos horas para que empiece el partido, pero a Él le gustaba llegar con tiempo, era de los que tiempo atrás iba a ver la tercera, pero por desgracia, por motivos que nunca había llegado a comprender, esta ya no se jugaba más. El igual iba temprano. Se saludaba con mucha gente, los hermanos, los hijos e incluso los nietos de sus amigos. Los cuales, ya todos habían partido y alentaban desde la tribuna Celeste en el Cielo.

Salió el equipo, se puso de pie con dificultad y aplaudió. Vio la Camiseta Bien Celeste dentro de la cancha, puso la yema de sus dedos sobre la flor en su ojal y el escudito, y como desde hacia mas de sesenta años se emocionó hasta las lágrimas. Gritó algún gol, sufrió otro y al final, quedó en paz. El resultado era lo de menos. Había vuelto a ver a su Temperley dentro de un campo de juego. Jugueteando con la flor en sus manos, caminando lentamente regresó feliz a su pequeña casa. Besó la flor y se la dio ceremoniosamente a su compañera.

Cinco años después el dirigente la miró extrañado. Era una mujer, muy mayor, que apenas podía con su alma. Llevaba una pequeña maceta entre sus apergaminadas manos. El pedido no era habitual, pero como no había nada que lo impidiera, accedió.

La viejita fue caminando hasta dentro de la cancha, y en el costado de la platea, junto a una de las paredes se puso de rodillas. Tomó una pequeña pala, hizo un pocito en el pasto y puso dentro del mismo una planta con tres flores celestes. Con sus manos, apisonó en derredor y se quedó extasiada mirándola durante un par de minutos. Con mucha dificultad, besó la tierra, se incorporó y volvió a agradecer con los ojos enrojecidos.

Se alejó sola lentamente y al dirigente, por las sombras engañosas de la tarde, le pareció que junto a ella caminaba alguien más, sin saber muy bien porque, se le hizo un nudo en la garganta. Sintió a la tribuna Celeste en el Cielo rugir como en la tarde más gloriosa. Miró hacia arriba sobresaltado, Debió ser un avión, o un trueno pensó, pese a no haber visto nada volando, y a la perfecta limpidez del firmamento. Cerró el portón y cabizbajo, regresó a la sede del Club buscando explicaciones terrenales en asuntos que nada tenían que ver con ellos.


A NUESTROS VIEJITOS
Caño Celeste

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