
¿Qué dejó el clásico? Nada, nada de nada. No sólo nos arrebató la ilusión del Reducido o significó estirar a 8 (ocho) la ventaja del Milrayitas en el historial sino que nos alertó sobre lo que vendrá si no hay un fuerte golpe de timón.

Barrella, si tenía alguna chance de seguir, la dilapidó en Lomas porque bancó por demás a sus pibes, hizo cambios inexplicables (sacó a Núñez para dejar al buenito de Abraham) y, evidentemente, desde lo anímico le transmitió poco o nada a un equipo que salió timorato, que fue tibio y que regaló los primeros 45 minutos que terminaron con el 1-0 gracias al penal que Vega le convirtió a Crivelli.

Está claro: los clásicos siempre hay que ganarlos. Pero si no se puede lo que no debe faltar es actitud. Y Temperley, que fue un equipo de la Primera D en el primer tiempo, puso garra y entrega en el complemento. Así, más impulsado por la vergüenza deportiva que por razones futbolísticas, empujó a un Los Andes dubitativo (por algo le empataron tantos partidos sobre la hora y está casi eliminado del Reducido) hacia su campo.

Temperley, en cambio, apostó por un presupuesto Reducido en esta temporada. ¿El saldo? Ahora no tiene nada, nada de nada. Otra vez el equipo celeste se quedó sin ingresar siquiera a un hexagonal (un fracaso más y van...), redondeó una campaña en la que acostumbró a sus hinchas más a las decepciones que a las sonrisas y dejó en llamas a un público que exige orden, transparencia, seriedad en la conducción pero -sobre todo- un alegría deportiva.

El único orgullo que nos despertó la tarde fue ver como, otra vez, en el duelo de hinchadas el Cele ganó por goleada. Banderas, globos, color al por doquier y cánticos durante todo el partido (sí, no como algunos que esperaron al pitazo final de Zecchillo aún ganando 2-0) demostraron quién es el más grande del sur. Ahora sólo nos queda rezar para que nuestros dirigentes también busquen ese nivel...
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